BIBLIA LATINOAMERICANA MEDIANA
La Biblia. Para quien recorre las páginas del libro, el Antiguo Testamento se presenta como una sucesión de relatos que o bien se repiten o bien se continúan con mayor o menor coherencia, y que a menudo nos sorprenden y a veces nos escandalizan. En medio de esos relatos, algunos de los cuales parece que están más cerca de la fábula que de la realidad, se deslizan discursos, reglas de moral, de liturgia o de vida social, reproches severos, palabras de esperanza o gritos de ternura. Bajo ese aspecto el Antiguo Testamento constituye uno de los más bellos textos de la literatura universal.
Pero en este libro o más bien en «estos libros», Dios está siempre presente y se lo nombra en cada página; el Antiguo Testamento en efecto nos dice de qué manera Dios prepara a los hombres y muy especialmente al pueblo de Israel para que reconozca y acoja en Jesús al que lleva a cabo su misteriosa y maravillosa alianza con los hombres. La Biblia es inseparablemente palabra de Dios y palabra de hombre. Es por tanto imposible comenzar a leer estos libros dejando de lado una de estas dos dimensiones. Si olvidamos que son palabra de Dios, se corre el riesgo de reducirlos a simples documentos históricos. Si a la inversa olvidamos que Dios se comunicó al hombre (y se comunica aún hoy día) en el corazón mismo de su historia, transformamos esa palabra de Dios en una colección de leyes religiosas o de máximas edificantes.
La Biblia no es un libro que nos habla de Dios, sino que es el libro en el que Dios nos habla de él por medio de los testigos que él mismo se eligió en medio de su pueblo de Israel. Los primeros cristianos no estaban equivocados al respecto: «En diversas ocasiones y bajo diferentes formas. Dios habló a nuestros padres por medio de los profetas, pero en estos días que son los últimos, nos habló a nosotros por medio del Hijo» (Heb 1,1). A través de los diferentes libros del Antiguo Testamento vemos pues con qué paciencia Dios se revela a su pueblo y lo prepara para el encuentro con Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, «Aquel en quien reside la plenitud de la Divinidad» (Col 2,9).
Agotado