Escribo estas notas a guisa de Memorias coincidiendo con la celebración de mis ochenta años. Esta celebración se hace a la par con mis cincuenta y cinco años sirviendo a Dios como sacerdote. Solo he escrito algunas pinceladas que rondan por mi mente sobre lo que he visto y vivido. Las escribo para que mi testimonio sirva de estímulo a otros jóvenes que probablemente trillen el camino que he recorrido.
En estas Memorias quiero hacer un homenaje a monseñor Juan F. Pepén, quien fue pródigo con todos, en especial conmigo. Su protección a mi carrera sacerdotal, desde el principio, es un regalo divino del que estaré agradecido toda mi vida.