Vivimos un tiempo de profunda crisis de la credibilidad. En el malestar y la inestabilidad de nuestras sociedades late una gran desconfianza hacia las instituciones, los intelectuales, los decisores o los líderes de opinión. La prensa tradicional, sacudida por el intenso cambio tecnológico y la desintermediación en la producción de noticias, sufre también la sospecha del público, no siempre de forma injustificada.
Digan la verdad se pregunta en qué media la complacencia con el poder o el periodismo activista, que olvida el compromiso con la veracidad en favor de una causa, están contribuyendo al descrédito de la profesión y a la polarización política.
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