Soto Jiménez comienza la obra narrando el final, el último día del tirano, para desde esas mismas primeras palabras ir construyendo un mensaje que reiterará a lo largo de todo el ensayo: no pudo haber Trujillo ni trujillismo sin nosotros; con la muerte de Trujillo muere el dictador, no lo que subyace tras la dictadura; que Trujillo todavía vive en el subconsciente nacional y que debemos ponernos de pie para construir una democracia que nunca hemos tenido.
“El referente de nuestra democracia no debe ser Trujillo sino su caída”, dice Soto, lo cual consideramos importante porque le impregna un sello personal al análisis de la dictadura. No invita a reflexionar el porqué de Trujillo y cuál fue y sigue siendo nuestra responsabilidad como sociedad en lo que encarnó por más de tres décadas. Nos invita que partamos del fin, de su caída, de su muerte, hacia la construcción de una democracia que “no conocemos y apenas sospechamos”… De manera poética, como poético y elegante es su lenguaje literario, Soto Jiménez nos dice, “no matarlo como antecedente indeseable que había que borrar de nuestras posibilidades, sino para dejarlo en el rincón baldío de nuestra memoria colectiva”