De improviso, inesperado, recibo la solicitud de Racso Morejón para escribir unas palabras de contraportada a su más reciente título, De la pira a la tinta. Sí, donde aparecen aquellos dos versos revelando que: «el silencio es una lágrima después de un tango». (Pero a los prologuistas dejaré las citas).
El mismo Racso —excelente crítico, columnista, editor, hacedor de libros artesanales desde su Cuba; real carpintero de la madera y, más aún, de las palabras— me dispara ese deseo.
Tarea improbable me encomienda, porque desde que lo conocí, y a su literatura, su poesía, su prosa, él se ha trocado para mí en lo que se convirtió Julio Cortázar para Vargas Llosa: Mario confesó que, después de conocer a Julio, cuando escribía, sentía los ojos críticos del cuentista sobre sus hombros. Y eso es mucho peso para decidirse a escribirle una opinión de contraportada.
Y es que Racso Morejón, salvando «de la pira» estas obras geniales, prueba que se ha convertido —como ha mostrado ya en otros escritos— en un aprisionador del lenguaje. Eso podemos verlo en su perspicaz uso de los paréntesis para fortalecer la palabra; pero ahí está lo grandioso: hay un paréntesis gigante, donde aprisiona más allá de toda palabra, la idea.
En la novela Pedro Páramo, Rulfo expresa que «el sueño es un buen colchón para el cansancio», y yo puedo asegurar que la poesía de Racso no solo es un buen colchón para el descanso, sino también para soñar. De ahí que, después de la lectura «...a la tinta», al despertar del sueño, quizás pueda escribir algo de contraportada.
Papo Fernández
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