In this stunning but sinister visual universe, beasts and birds are not mere aesthetic objects but dynamic actors in allegorical struggles: a wild turkey crushes a small parrot in its claw; a troupe of monkeys wreaks havoc on a formal dinner table; an American buffalo is surrounded by bloodied white wolves. In dazzling watercolor, the images impress as much for their impeccable realism as they do for their complex narratives.
Las películas de Spielberg son célebres y han cautivado a millones de espectadores por la forma en que combinan el aspecto comercial con la profundidad creativa del director. A menudo sus filmes ocultan un cierto trasfondo oscuro que se complementa con su maestría para entrelazar historias extraordinarias con los aspectos más mundanos de la vida. Y es
que hasta Indiana Jones tiene un lado vulnerable y humano.
Del retrato que hizo Edouard Manet del escritor naturalista Émile Zola ante una estampa japonesa a las meticulosas copias de los grabados de Hiroshige que Van Gogh coleccionó con devoción, los pioneros del modernismo europeo del siglo XIX no ocultaron su amor por el arte japonés. En toda su sensualidad, libertad y efervescencia, la xilografía es el ejemplo por antonomasia de la ola de japonismo que primero cautivó a Francia y más tarde a toda Europa, a menudo en forma de objetos “exóticos” malinterpretados que contribuyeron a inspirar la creatividad occidental.
La xilografía japonesa es un fenómeno sin equivalente en el arte occidental. Algunas de las ideas más disruptivas del arte moderno —entre ellas, como expresó Karl Marx, que “todo lo sólido se derrite en el aire”— se inventaron en Japón a principios del siglo XVIII y se expresaron como nunca antes en las obras de maestros de la talla de Hokusai, Utamaro e Hiroshige a principios del siglo XIX.