Si usted lee "der schwankende Wacholder flüstert", sabrá que está ante una frase en alemán. Y pensará que se ha topado con el inglés si ve en un texto "before it is too late". Y no dudará que se escribió en italiano la frase "e’ un ragazzo molto robusto che non presenta particolari problemi". Si escucha la palabra "cusa" en un contexto español, pensará que es un vocablo que usted desconoce pero que probablemente existe (porque sí están en nuestro idioma «casa», «cesa», o «cosa», o «musa», o «rusa», «lusa», o «fusa»). Aunque en realidad no exista. Pero a usted le sonará español si las palabras que la rodean son castellanas. Y, si es usted español, no le cabrá ninguna duda de qué lengua tiene ante sus ojos si lee "txamangarria zera eder eta zera nere biotzak ez du zu besteroik maite". En efecto, es euskera. ¿Qué es lo que nos hace identificar palabras como propias o ajenas, o asignarlas a una u otra lengua?: el genio de cada idioma, que alcanzamos a identificar someramente incluso aunque no lo conozcamos. Esta obra se pregunta —y procura algunas respuestas— sobre el genio del idioma español. Qué le gusta y qué rechaza, cómo se comporta desde hace siglos y cuáles son sus manías y sus misterios. Sabiendo todo eso, adivinaremos mejor cómo somos nosotros y cómo va a evolucionar nuestra lengua.
El grado cero de la escritura, publicado en Francia en 1953, es el primer libro de Roland Barthes, y el germen de una reflexión sobre la literatura y el lenguaje que resulta aún hoy ineludible.
¿Dónde ubica él la escritura? En el espacio que se abre entre la lengua (ese repertorio que se hereda y que funciona como una tradición no elegida) y el estilo (los rasgos más íntimos –imágenes, léxico–, que provienen del pasado del escritor y que configuran una mitología secreta que se le presenta como una imposición casi biológica, como los automatismos de su arte): precisamente allí, entre ambos, se instala la escritura, concebida como la posibilidad de decidir sobre el horizonte discursivo propio, de ejercer una libertad no exenta de condicionamientos pero imprescindible para afirmar cualquier proyecto literario. La escritura es así el enlace entre la creación y la sociedad, es la posición que un escritor sostiene y construye en relación con la historia y con las convenciones: un acto de conciencia, de responsabilidad, determinado cada vez por los límites ideológicos de la época.
A este texto pionero, que condensa ideas clave de la obra de Barthes, le siguen los Nuevos ensayos críticos, pequeñas piezas que buscan echar luz sobre autores y obras: La Rochefoucauld, Chateaubriand, Proust o Flaubert, además de un apartado que describe el abecé del análisis estructural y, por extensión, de cualquier análisis literario.
Frecuentar los libros de Barthes no depara sino sorpresa y regocijo: el efecto de los clásicos, cuya elocuencia parece no estar amenazada por el tiempo.
El Japón es el país de la escritura. En 1970, Roland Barthes dedica una obra al sistema simbólico japonés, en un viaje no por el Japón rela, sino por el de sus signos. Barthes no es el turista que pasea por las calles, degusta la gatronomía o asiste a representaciones teatrales, sino el semiólogo que se afana por interpretar el significado y el significante. El resultado es un tratado sobre el signo, sus reglas y su belleza.
Con El Imperio de los signos, Roland Barthes, uno de los máximos representantes del postestructuralismo francés y uno de los padres de la semiótica moderna, inicia una fase en la que comienza a sentirse escritor, a construir un estilo propio; en palabras del autor: "Este libro es una especie de entrada, no tanto en la novela cuanto en lo novelesco"
En esta obra fascinante sobre los orígenes del libro, Irene Vallejo se adentra en la historia de un artefacto incomparable que nació hace cinco milenios, cuando los egipcios descubrieron el potencial de un junco al que llamaron papiro. Con gran sensibilidad y admirable capacidad narrativa, la autora se remonta a los campos de batalla de Alejandro, los palacios de Cleopatra, las primeras librerías y los talleres de copia manuscrita, pero también visita las hogueras donde ardieron códices prohibidos, la biblioteca de Sarajevo y el laberinto subterráneo de Oxford en el año 2000. Los tiempos se funden y refunden en la aventura colectiva de quienes solo han concebido la vida en compañía de la palabra escrita. Y este ensayo único acaba prolongando el diálogo infinito del que tan magistralmente habla.
El infinito en un junco, de Irene Vallejo, es un canto extraordinario al amor por los libros que ha seducido a millones de personas en todo el mundo. Este libro sobre libros emprende otro vuelo en forma de adaptación gráfica a cargo del dibujante Tyto Alba, cuyas excepcionales ilustraciones nos trasladan a los campos de batalla de Alejandro Magno, los palacios de Cleopatra, las primeras librerías y los talleres de copia manuscrita, pero también a las hogueras donde ardieron códices prohibidos, la biblioteca bombardeada de Sarajevo y el laberinto subterráneo de Oxford en el año 2000. Estos dibujos y acuarelas, que cuentan la historia de un artefacto incomparable nacido hace cinco milenios, cuando los egipcios descubrieron el potencial de un junco al que llamaron papiro, nos hacen partícipes de la aventura colectiva de quienes han salvaguardado los libros desde entonces.
En esta nueva versión, revisada y aumentada, las fabulosas ilustraciones de Tyto Alba cobran aún más relevancia y el resultado es una adaptación gráfica para jóvenes de todas las edades.
«Este libro, nacido como tributo a los libros, tenía que ser el mejor cómic que fuéramos capaces de crear. Así que nos embarcamos en la odisea de reescribirlo: una versión renovada con mayor protagonismo del dibujo. Pudimos incorporar cientos de sugerencias, propuestas y pasajes favoritos de quienes llamo cariñosamente “tribu del junco”». Irene Vallejo
El infinito en un junco, de Irene Vallejo, es un canto extraordinario al amor por los libros que ha seducido a millones de personas en todo el mundo. Este libro sobre libros emprende un nuevo vuelo en forma de adaptación gráfica a cargo del dibujante Tyto Alba, cuyas excepcionales ilustraciones nos trasladan a los campos de batalla de Alejandro Magno, los palacios de Cleopatra, las primeras librerías y los talleres de copia manuscrita, pero también a las hogueras donde ardieron códices prohibidos, la biblioteca bombardeada de Sarajevo y el laberinto subterráneo de Oxford en el año 2000. Estos dibujos y acuarelas, que cuentan la historia de un artefacto incomparable nacido hace cinco milenios, cuando los egipcios descubrieron el potencial de un junco al que llamaron papiro, nos hacen partícipes de la aventura colectiva de quienes han salvaguardado los libros durante casi tres mil años.