Hay quien piensa que, dado que vivimos en una época de avances tecnológicos sin precedentes, los trabajadores nunca han disfrutado de mejores condiciones laborales. Pero la realidad es que los salarios se han estancado mientras el coste de la vida no deja de aumentar. En los últimos cuarenta años, un puñado de empresas ha cosechado la mayor parte de los beneficios derivados de ese progreso y, en lugar de trasladar las ventajas de esos avances a los consumidores reduciendo los precios, estos han subido, lo que ha contribuido a incrementar la desigualdad y a frenar la movilidad social.
Basándose en su propia e innovadora investigación y relatando historias de empleados comunes, Jan Eeckhout demuestra cómo el poder de una economía controlada por empresas «superestrellas» ha asfixiado el mercado laboral y cómo, sin mejores mecanismos para garantizar la competencia, este sistema nos aboca a desastrosas consecuencias, tanto económicas como sociales y políticas.
La paradoja del beneficio es un estudio provocador, pero también una interesante propuesta de soluciones para restaurar una economía más sana.
En el siglo XX, el socialismo real pretendía instaurar una sociedad sin mercados donde la persona se reducía a mera materia socialmente reproducible. Ahora, en la tercera década del siglo XXI, el liberalismo tecnicista propugna un mercado sin sociedad. Para esta visión materialista y tecnicista la capacidad de transformación de la realidad por el ser humano no tiene límites. Dicho en otras palabras, la libertad humana no tiene límites. Es pura voluntad de poder ilimitado. Lo cual plantea el siguiente dilema: si el socialismo real, al negar la capacidad fabril de la persona, destruye lo social, ¿no destruirá el liberalismo tecnicista con su negación de los principios metafísicos de la libertad, la libertad individual misma?
El decisivo tratado de Adam Smith sobre el mercado libre allanó el camino al capí talismo moderno argumentando que la competencia es el motor de una sociedad productiva y que el interés propio en última instancia logrará enriquecer a toda la comunidad, como si de una «mano invisible» se tratara.
En La maldición de los rascacielos, el economista Mark Thornton explora la intrigante correlación entre la construcción de rascacielos récord y las crisis económicas significativas. Basándose en la teoría austriaca del ciclo económico, Thornton argumenta que los periodos de expansión crediticia y bajas tasas de interés fomentan inversiones excesivamente ambiciosas, como la edificación de los rascacielos más altos del mundo. Estas construcciones emblemáticas, según Thornton, no solo representan hitos arquitectónicos, sino también señales de desequilibrios económicos subyacentes que preceden a recesiones. A través de un análisis histórico detallado, el autor muestra cómo proyectos emblemáticos, desde la Torre Eiffel hasta el Burj Khalifa, han coincidido con burbujas económicas que eventualmente estallan. El libro ofrece una perspectiva única sobre cómo los logros en la ingeniería y la arquitectura pueden servir como indicadores de advertencia de crisis financieras inminentes, proporcionando una visión profunda de la intersección entre la economía y la construcción de rascacielos.
La gran divergencia arroja luz sobre uno de los grandes interrogantes de la historia: ¿por qué empezó el crecimiento industrial sostenido en el noroeste de Europa? El historiador Kenneth Pomeranz demuestra que ya en 1750 la esperanza de vida, el consumo y los mercados de productos y otros factores eran comparables en Europa y Asia Oriental. Además, ciertas regiones clave de China y Japón no estaban en peor situación ecológica que las de Europa Occidental, y cada región se enfrentaba a la correspondiente escasez de cultivos agrícolas.
Hace tiempo que se anuncia el declive de Occidente, pero ahora los síntomas de esa decadencia nos acosan: un crecimiento mínimo, una deuda asfixiante, una población envejecida, conductas antisociales. ¿Qué le pasa a la civilización occidental? La respuesta que ofrece Niall Ferguson es que nuestras instituciones, los complejos marcos dentro de los que una sociedad puede florecer o fracasar, están degenerando. El gobierno representativo, el libre mercado, el imperio de la ley y la sociedad civil: estos solían ser los cuatro pilares de las sociedades occidentales. Estas instituciones, más que ninguna ventaja geográfica o climatológica, permitieron el dominio global de Occidente a partir de 1500. En nuestra época, sin embargo, estas instituciones se han deteriorado de modo alarmante. Nuestras democracias han roto el pacto intergeneracional al dejar una pesada carga de deuda a nuestros hijos y nietos. Nuestros mercados cada vez están más distorsionados por regulaciones excesivamente complejas que son la enfermedad de la que pretenden ser la cura. El imperio de la ley se ha convertido en el imperio de los abogados. Y la sociedad civil es ahora la sociedad incivil, en la que esperamos que el Estado resuelva todos nuestros problemas. La gran degeneración es un poderoso y en ocasiones polémico alegato contra una era de negligencia y pasividad. Mientras el mundo árabe lucha por alcanzar la democracia y China avanza de la liberalización económica al imperio de la ley, europeos y estadounidenses malgastan el legado institucional construido a lo largo de varios siglos. Detener la degeneración de la civilización occidental, advierte Ferguson, requerirá líderes audaces y una reforma radical.