En el tercer volumen de los discursos de Cicerón puede apreciarse la evolución de sus habilidades oratorias a lo largo del tiempo. Se incluyen algunos de los discursos más notables de su primera época, centrados en casos de derecho civil de carácter privado, y también otros posteriores de hondo calado político, pronunciados cuando su autor ya era toda una celebridad en Roma. En todos ellos, Cicerón despliega sus recursos retóricos hasta convertirse en figura central del proceso, sea cual sea su finalidad, pero también ofrece una oportunidad única de conocer de primera mano algunos mecanismos del derecho y la política romanos.
Como continuación de la primera entrega de la Biblioteca Clásica Gredos dedicada a los discursos de Cicerón, este volumen completa sus famosas Verrinas, los alegatos que en el año 70 a. C. condenaron a un destacado miembro de la nobilitas por su vergonzosa gestión en el gobierno de Sicilia. Para el gran orador, este juicio supuso un gran salto adelante en su vida pública y política. Para la literatura, estos textos son un hito de la prosa latina, no solo por su despliegue retórico, sino también por su exquisitez literaria. Publicado originalmente en la BCG con el número 140, este volumen presenta la traducción de la segunda parte de las Verrinas de Cicerón, realizada por José María Requejo.
Publicadas en 1928, estas lecciones de fenomenología aparecieron en edición de Martin Heidegger según la ordenación y composición del texto que había preparado Edith Stein en 1917. La investigación de Husserl, que en un principio sólo pretende aclarar la estructura interna de la conciencia que capta el paso del tiempo, se ve llevada a detectar, por la problematicidad misma del asunto, la existencia oculta de una síntesis perceptiva que a cada momento, sin posible fallo, sin participación del yo, sin necesidad de sensaciones, recompone la orientación temporal del campo fenoménico. La dificultad legendaria de estos análisis sólo es comparable a su relevancia teórica: el enigma del tiempo y el misterio de la conciencia revelan aquí una sorprendente afinidad intrínseca, que admite, con todo, aclaración descriptiva, es decir, fenomenológica.
No cabe duda de que uno de los más potentes efectos que la filosofía de Spinoza produjo durante los tres últimos decenios del siglo XVII fue el de conferir una unidad de intención crítica, a veces desmedida en su violencia, a judíos y cristianos (ya fueran católicos o reformados), místicos y teólogos racionales, cartesianos y anticartesianos, oratorianos y jansenistas. El odio teológico y metafísico suscitado por el judío de Áms-terdam fue unánime, si bien las estrategias y tácticas desplegadas para aniquilar su doctrina fueron varias. De todas ellas se hace eco Fierre Bayle, guardando y difundiendo por los siglos su memoria. Pero lo hace construyendo a la vez, paciente y laboriosamente, a lo largo de más de veinte añqs y en prácticamente todas sus obras, una imagen mítica y, como tal, perdurable del famoso y temido «ateo de sistema». De esta manera, y dado que los escritos que aquí se ofrecen constituyen una suerte de corpus fundamental —al que se ha visto obligado a recurrir todo aquel que durante la práctica totalidad del siglo xvm quisiera informarse sobre la vida y la doctrina de Spinoza—, los efectos provocados por su filosofía comienzan a transformarse. El spinozismo quedará convertido en una de las más potentes condiciones de la elaboración del programa filosófico de la Ilustración más crítica y radical.
Hegel es el pensador que inaugura el mundo contemporáneo. Toda su obra está penetrada y motivada por la conciencia y por la emoción de tener que habérselas con una inflexión decisiva en el curso del mundo, y por lo tanto en el curso de la filosofía. El sentido ya no se propone como el vínculo religioso de una comunidad, y el saber no se ordena ya en pos de la totalidad de un sentido.[...] Desde Hegel no hemos dejado en penetrar en esta negatividad, y la propia época de Hegel, al igual que su filosofía, yacen a su vez bien lejos tras nosotros. En cierto modo, no podemos recoger de ellos alguna significación que tuviera todavía disponible. Por ello es por lo que, aquí mismo, no se prentende «restituir» a Hegel, y no se expone un «hegelianismo»: se lee a Hegel, o se lo piensa, tal como fue releído y repensado hasta nosotros, tal como ya se ha puesto en juego en el pensamiento. Pero lo primero que se debe pensar es esto: el sentido nunca está dado ni disponible; antes bien, se trata de volverse uno disponible para él, y esta dispoibilidad se llama libertad.
Así habló Zaratustra, el libro más célebre y controvertido de toda la obra de Friedricín Nietzsche, se sirve de la figura semilegendaria del filósofo persa del siglo vi a.C. para desarrollar, mediante una trama de elementos narrativos, conceptuales y líricos, los cuatro grandes temas que integran su legado: el superhombre, la muerte de Dios, la voluntad de poder y el eterno retorno de lo idéntico.
El tiempo es un tema de reflexión tan apasionante como escurridizo. Si no nos lo preguntan, todos sabemos qué es, pero, como advirtió san Agustín, si tratamos de definirlo, acabamos enredados en complejas paradojas. Nuestra vida se mueve en una leve franja de tiempo presente, con un pasado, que ya no es, a sus espaldas, y un futuro, que aún no es, por delante. Proust elogió la capacidad del arte para resucitar momentos pretéritos de nuestra vida; los existencialistas alabaron la conciencia de nuestra finitud como forma de autenticidad; los biólogos hablan de un tiempo interno que regula funciones vitales sin nuestra intervención consciente y Albert Einstein definió el tiempo como la cuarta dimensión. Safranski explora de forma atractiva y accesible la multiforme experiencia humana del tiempo y descubre en su inexorable transcurso un rasgo esencial de la condición humana.
Peter Sloterdijk retrata algunos temperamentos filosóficos desde la Antigüedad hasta el siglo XX y abre un nuevo acceso a los grandes maestros de la filosofía. «El título de la presente colección alude a la conocida sentencia de Fichte de que la filosofía que uno elige depende del tipo de persona que se es. Con ello quería decir que las almas serviles se deciden por un sistema naturalista que justifica su servilismo, mientras que las personas de mentalidad orgullosa se aferran a un sistema de libertad. Esta observación sigue siendo ahora tan verdadera como siempre. Espero haber mostrado con los breves estudios aquí reunidos que la escala de los temperamentos filosóficos va mucho más allá de la oposición entre tipos cobardes y orgullosos. Es tan extensa como el alma iluminada por el logos, cuyos límites, afirmaba Heráclito, resultan imposibles de alcanzar, por mucho que se la recorra.»
Uno de los grandes temores al que muchos de nosotros nos enfrentamos es descubrir al final que hemos desperdiciado nuestra vida, a pesar de todos nuestros esfuerzos. En El arte de la buena vida, William B. Irvine explora la sabiduría de la filosofía estoica, una de las escuelas de pensamiento más populares y exitosas de la antigua Roma, y muestra cómo sus ideas y consejos aún pueden aplicarse hoy en día.
Utilizando los conocimientos psicológicos y las técnicas prácticas de los estoicos, Irvine ofrece una hoja de ruta para quienes buscan evitar los sentimientos de insatisfacción crónica que nos aquejan. Los lectores aprenderán cómo minimizar sus preocupaciones, cómo dejar de lado el pasado y centrar sus esfuerzos en las cosas que podemos controlar, y cómo lidiar con los insultos, el dolor, la vejez y las tentaciones que distraen como la fama y la fortuna. Aprenderemos de Marco Aurelio la importancia de valorar solo cosas de verdadero valor, y de Epícteto a estar más contentos con lo que tenemos.
Si nos observamos a nosotros mismos en nuestro trabajo diario y luego reflexionamos sobre lo que vivimos, podremos identificar mejor las fuentes de angustia y evitar el dolor. Solo así, pensaron los estoicos, podremos esperar alcanzar una vida verdaderamente feliz.