Inédito hasta ahora, el breve «estudio o meditación» que Carlos Edmundo de Ory dedicó a una de las formas primordiales de su personal imaginario, Humanismo del árbol, fue lentamente gestado y madurado por el poeta desde que lo concibiera por primera vez a comienzos de los años cincuenta. Lirismo, erudición y una temprana conciencia ecológica ―«Volvamos a la Naturaleza. Ella nos enseñará más, mucho más que todos los filósofos del mundo»― se dan la mano en un hermoso y cautivador ensayo que se acoge a la autoridad de presencias tutelares como Dante, Blake, Novalis, Baudelaire, Poe, Thoreau, Whitman, Rimbaud, Lawrence o Michelet, sabiamente glosadas, para proponer un reencuentro con el «alma primitiva» que vio en el bosque un ser vivo y plural, habitado por individuos únicos e irrepetibles cuya «maravilla inagotable escapa a la definición nominalista».
Contemporáneo de Schliemann, Burne-Jones y la reina Victoria, Samuel Butler participó en algunas de las más notorias controversias de una época y un país particularmente fecundos en polémicas intelectuales y descubrimientos decisivos. Con curiosidad y entusiasmo de amateur, aunque amparado por una infatigable dedicación al estudio, Butler ejerció de escritor, pintor, naturalista, compositor y filólogo. Celebradas por Borges, sus versiones de los poemas de Homero han sido leídas durante generaciones, pero el traductor fue más allá para defender que el segundo de ellos, la Odisea, era obra de una mujer, la Autora, una princesa siciliana de Trapani, en la costa occidental de la isla que habría elaborado bajo el signo de su predecesor el espléndido poema del regreso de Ulises, deslizando algo de su circunstancia en los rasgos del personaje de Nausícaa. Altamente especulativa, la sorprendente inquisición de Butler no dejó de producir una obra deliciosa y llena de encanto, con la que el osado intérprete se propuso discernir, aplicando un common sense que en la mejor tradición británica declaraba una guerra abierta al academicismo, «dónde y cuándo» escribió la muchacha porque a su juicio era una joven, «cabezota y soltera»semejante prodigio, «quién fue, cómo se sirvió de la Ilíada y cómo el poema creció entre sus manos».
Hegel es hoy un filósofo incómodo. Incomoda la secreta vigencia de su pensamiento, su condición de rocoso contemporáneo clandestino contra el que, antes o después, topa cualquier filósofo vivo. Incomoda su prosa, inextricable para el lector común y extenuante para los iniciados. Incomoda la lucidez y crueldad de sus ideas, nada edificantes y completamente inservibles para manuales de autoayuda. Incomoda su defensa del trabajo filosófico como un descenso al infierno antes que como un camino de salvación.
Un valioso ensayo sobre cómo el encuentro entre la ciencia y las humanidades ha sido el motor de nuestra civilización.
«La primera mujer, Eva, guiada por su instinto de curiosidad, tomó una manzana del árbol del conocimiento, comió de ella, y a continuación la dio a comer a su compañero, Adán. Son exactamente las tres etapas del quehacer científico: la curiosidad odeseo de saber, la adquisición del conocimiento y su transmisión a otros para que lo continúen».
Con una emocionante mirada humanista, Carmen Estrada, catedrática de fisiología humana, investigadora en neurociencia y estudiosa del griego clásico, explora la historia de la ciencia, su papel en el desarrollo de nuestra cultura y el lugar que ocupa hoy, y sitúa los orígenes de esta actividad humana, natural, instintiva y hermanada con la filosofía mucho antes del nacimiento de la palabra ciencia, en los inicios de nuestra especie.
UNA REIVINDICACIÓN DEL ESCEPTICISMO COMO DEFENSA ANTE LAS TIRANÍAS Y LOS FANATISMOS.
Filósofo inconformista e insobornable, Bertrand Russell publicó este conjunto de ensayos cuando ya había dado sobradas muestras de ser un intelectual revolucionario. En ellos, mediante el ejercicio de la duda escéptica, nos propone un planteamiento «paradójico subversivo»: transformar un mundo irracional a través de la razón, que es la que determina las acciones humanas. Russell aborda grandes temas como el psicoanálisis, la ciencia, la educación, la relación entre guerra y bienestar, el control de la información o la libertad individual, y los examina con una actitud escéptica, que se convierte también en una forma de independencia intelectual. El resultado es una obra que nunca ha perdido su vigencia.
EL ANÁLISIS DEFINITIVO SOBRE EL PODER COMO HERRAMIENTA DE CONTROL SOCIAL.
¿Cuál es la clave para entender la naturaleza humana? Para Bertrand Russell la respuesta rotunda es el poder. El poder no solo es el objetivo último de nuestros actos, sino que constituye, además, el elemento más decisivo para el desarrollo de nuestras sociedades.
A finales de la década de 1930, cuando los totalitarismos se propagaban por toda Europa y el mundo estaba al borde de una guerra devastadora, un convencido Russell propuso alternativas racionales e inteligentes para hacer valer la autoridad sin tener que recurrir a extremismos violentos. El resultado es esta penetrante obra en la que analiza la esencia del poder y propone soluciones para que la natural voluntad de entendimiento entre los hombres llegue a su óptima expresión.