Si la verdad y la libertad fueran ficción, representación o juego, dejarían de ser, con grave peligro, lo que se espera de ellas cuando se razona en serio. Pero ni la una ni la otra tienen su sitio en lo que confiadamente se llama la vida real, sino más bien en los momentos de tránsito entre esta y la ficción, cuando se tiene la máscara entre las manos porque uno va a ponérsela o porque acaba de quitársela. La verdad de las cosas es, según se sostiene aquí, cierta clase de desacoplamiento y la libertad de las personas cierto tipo de suspensión de la personalidad y de la identidad. En este libro se propone un desmontaje de los supuestos principales que el sentido común de nuestro tiempo y la mayor parte de sus filosofías dan por seguros en relación con la libertad y la verdad, y se intenta recomponer los materiales resultantes de ese despiece de modo que produzcan una figura no muy aceptable para los prejuicios hegemónicos, pero inquietantemente reconocible como eso que de la verdad y la libertad (y también de la representación, de la ficción y del juego) se esperaba siempre sin haber podido explicitarlo nunca de manera clara.
El presente libro versa sobre uno de los aspectos más importantes de las prácticas artísticas recientes en el ámbito latinoamericano y en la Península Ibérica: la implicación cada vez mayor de creadores y promotores culturales junto a actores sociales en los procesos de producción simbólica con la mira puesta en la regeneración urbana y comunitaria de toda clase. El desarrollo de esos proyectos situados y la invención de estrate- gias para la colaboración que cuestionan la idea autoral tradicional nos parapetan contra los monocultivos de la mente a los que se refiere Vandana Shiva, quien compara la imposición del saber especializado occidental con la práctica de los monocultivos de plantas que desplazan y destruyen las variedades autóctonas aniquilando la diversidad local en muchas partes del planeta.
Pocas cosas suscitan hoy tanto interés como el humor, tal vez porque lo echamos mucho en falta en una sociedad generalmente seria y malhumorada, incapaz de elevarse sobre las cosas con la fina distancia y el placer inteligente que ofrece el humor, capaz de hacernos ver lo oculto, desnudar lo solemne y señalar lo falso. Una categoría, el humor, cuyo carácter y definición se persiguen en este libro (a sabiendas de que es imposible) transitando por libros y autores que le han prestado atención e intentando hacerlo, también, con cierto humor. Un humor que se distingue de lo cómico, lo gracioso o del puro chiste y se convierte en una auténtica posición ante la vida. Algo que tiene más que ver más con el corazón que con la cabeza, como nos recuerda Wenceslao Fernández Flórez, miembro de la generación más brillante de humoristas españoles, un autor que se reivindica y al que se sigue en el desarrollo de este libro. Un humor, por fin, que se rebela frente a la rigidez y el automatismo, como señala Bergson, y que ofrece el consuelo al abatido yo por las penalidades que nos inflige la vida, como no escapó a Freud.
Somos inteligentes en virtud de los errores, de las deformaciones que nos forman. Partiendo de esta verdad común, la inteligencia artificial generativa no es criticable por sus defectos circunstanciales, sino por su voluntad estructural de perfección. El diseño elegante de cualquier dispositivo sugiere una fluidez libre de sangre. Esta pretensión de limpieza, en un mundo desgarrado, es en sí misma despiadada. La forma suave de los aparatos, igual que las proclamas angelicales de bondad corporativa en el capitalismo de plataformas, no oculta únicamente el sufrimiento de seres explotados. La promesa tecnológica tapa también algo más cercano y de lo que no se habla, un enmudecimiento anímico que apenas tiene precedentes. No olvidemos que la moda de la fusión oculta la fisión: se trata de acabar con cualquier grumo de singularidad a favor del esencialismo serial, construido y consumible.
Si hubiera tenido más tiempo, hubiera escrito una carta más corta», afirmó Pascal. Hoy lo breve nos invita, en medio de una sociedad enferma de frenesí, a detenernos: ante el epitafio enigmático de una lápida, ante el aforismo que sugiere sin decir, ante la pancarta que nos golpea con el alma de su lucha.
Una mariposa nace, vive y muere en apenas unos días. Aunque efímero, contemplamos su vuelo con asombro. Y el aleteo de sus alas, como dice el proverbio chino, «se puede sentir al otro lado del mundo». La tesis de este libro es sencilla: lo breve entraña lo profundo.
Hadot nos muestra que Sócrates, partero de espíritus, permite responder a la pregunta de qué es filosofar, ayuda a su interlocutor a replegarse en sí mismo, a cuestionarse, es decir, a descubrir la conciencia. Sócrates no engendra nada, porque no sabe nada, pero propicia que otro pueda engendrarse a sí mismo. Invierte la relación entre maestro y discípulo mediante un procedimiento existencial que tanto Kierkegaard como Nietzsche han tratado de repetir. Para Kierkegaard, nos cuenta Hadot, el mérito de Sócrates consiste en haber sido un pensador sumido en la existencia, y no un filósofo especulativo que olvida lo que es existir. Es decir, Sócrates nos desvela la filosofía como forma de vida.