Este nuevo ensayo de Byung-Chul Han es un llamamiento a la salvaguarda de las fuentes de adhesión social y de familiaridad y, al mismo tiempo, se reflexiona sobre estilos de vida alternativos que serían capaces de liberar la sociedad de su narcisismo colectivo.
Los rituales, como acciones simbólicas, crean una comunidad sin comunicación, pues se asientan como significantes que, sin transmitir nada, permiten que una colectividad reconozca en ellos sus señas de identidad. Sin embargo, lo que predomina hoy es una comunicación sin comunidad, pues se ha producido una pérdida de los rituales sociales. En el mundo contemporáneo, donde la fluidez de la comunicación es un imperativo, los ritos se perciben como una obsolescencia y un estorbo prescindible. Para Byung-Chul Han, su progresiva desaparición acarrea el desgaste de la comunidad y la desorientación del individuo.
En este libro, los rituales constituyen un fondo de contraste que sirve para perfilar los contornos de nuestras sociedades. Se esboza, así, una genealogía de su desaparición mientras se da cuenta de las patologías del presente y, sobre todo, de la erosión que ello comporta.
Justo después de terminar La llamada, uno de los mejores libros de no ficción de los últimos tiempos, Leila Guerriero se dirigió hacia la Costa Brava tras los pasos de Truman Capote, quien escribió allí gran parte de su célebre A sangre fría.
El resultado es La dificultad del fantasma, obra de agudeza, estructura, estilo y ritmo soberbios que mezcla investigación sobre el terreno, reportaje sobre la manipulación de la memoria, diario de escritura y reflexión sobre el ejercicio de un género literario que, justamente con A sangre fría, Capote pretendió fundar. Género que Leila Guerriero ha llevado a un nivel extraordinario de rigor y excelencia.
La dispersión, publicado por Eugenio Trías a principios de los setenta, ofrece un conjunto de aforismos -lúcidos y lúdicos- sobre los principales temas y problemas de la filosofía, del arte, de la escritura misma y también del quehacer humano. Cada uno de esos breves textos constituye una invitación a reflexionar sobre aquellas cuestiones que por su carácter trascendental han sido objeto permanente en nuestras inquietudes. Un Eugenio Trías vitalista, a ratos carnavalesco y hedonista pero siempre profundamente platónico, lanza un guante al lector en cada texto de este sugerente y provocador libro que incita a la reflexión e, incluso, a la polémica también. Y es que, como señalaba el propio Trías, «Escribir es inscribir algo en la carne. Es tatuar al que lee.»
La dispersión de las semillas recoge cuatro proyectos de libro —inéditos en castellano— en los que trabajaba Thoreau antes de morir. «La dispersión de las semillas» es el principal: un texto que, en un momento en el que la generación espontánea o la permanencia de las especies eran lugares comunes, cuando no dogmas de fe, trata de demostrar de qué manera el viento, el agua y los animales participan en la creación y regeneración de los bosques.
Completan el volumen, preparado por Bradley P. Dean, tres escritos de la misma época y que complementaban ese gran estudio de las semillas: «Frutos silvestres», «Hierbas y pastos» y «Árboles forestales».
Este libro cuenta, además, con un prólogo de Gary Paul Nabhan, una introducción de Robert D. Richardson, jr., unas magníficas ilustraciones de Abigail Rorer y un epílogo de Marc Badal.
En su poética descripción de la utopía, Eduardo Galeano juega con la paradoja de que cuanto más nos intentamos acercar a su horizonte más se aleja ella de nosotros. ¿Para qué sirve, entonces? Para seguir caminando, concluye el escritor uruguayo. En La ética del paseante y otras razones para la esperanza, el término ética alude a un refugio del ser humano. Y la esperanza se construye con las manos de la memoria, porque todos somos paseantes de su territorio mientras avanzamos hacia nosotros mismos deambulando por cualquier lugar.En cierto modo, el cuerpo es al alma lo que las palabras son a las ideas, así que tal vez, como sostiene el autor de este interesante ensayo, haya que transitar un poco por el pasado para poder seguir avanzando hacia el futuro. El mejor antídoto contra la indolencia que algunos proponen y la indecencia que otros disponen reside en la incuestionable capacidad que tenemos para poder pasear sosegadamente sobre lo que fuimos, imaginando lo que seremos. Somos memoria y lenguaje, ilusión y conciencia, un sitio inquieto al que llegamos para seguir caminando. Y, por tanto, una esperanza cargada de razones ante la permanente disyuntiva de partir o partirse.