¿Hay un Foucault que no conozcamos todavía, o no lo suficiente? Los cursos en el Collège de France, impartidos entre 1970 y 1984, focalizaron la atención de lectores y especialistas en el último Foucault, preocupado por indagar una ética y una estética de la existencia en el mundo grecorromano. Este libro, y otros cursos y trabajos inéditos que irán apareciendo en esta serie, invitan a girar la mirada hacia el joven Foucault, el que entre 1949 y 1954 se gradúa en Psicología y Psicopatología, asiste al "seminario de los miércoles" de Jacques Lacan y trabaja en el hospital psiquiátrico de Sainte-Anne, al tiempo que se propone interrogar desde este campo sus inquietudes filosóficas.
Una reflexión sobre la avaricia, la gula, la envidia y la ira, en el marco de nuestra civilización actual. La vigencia de estos pecados es analizada por el autor, que a la vez dedica inteligentes páginas a virtudes capitales tales como la templanza, la caridad, la castidad y la humildad. Ingenio, erudición e inteligencia, cualidades de este importante filósofo que no elude, en este encantador ensayo, la polémica.
¿Por qué hay un universo en lugar de nada? ¿Cuáles son las razones de la complejidad del mundo? ¿Cuál es el propósito de nuestra vida y cuáles son los secretos de nuestro futuro?
Esta obra trata de responder ―de forma breve, accesible, atractiva― a estos y otros interrogantes desde las perspectivas de algunos de los pensadores más influyentes y relevantes de nuestro tiempo. De este modo, arroja nueva luz sobre la naturaleza, el propósito y el destino final de nuestro universo.
Los misterios de la existencia impactan sobre todos y cada uno de los aspectos de nuestro ser. Tanto si consideramos que Dios es una hipótesis convincente como si no, la decisión que tomemos al respecto podría ser la más importante que hayamos tomado en la vida.
Esta obra constituye una expléndida introducción a la problemática considerada en Ser y tiempo y, en general, un gran tratado de ontología en el que Heidegger expone y critica el pensamiento de los grandes metafísicos de la historia.
«Ainhoa Elizasu fue la segunda víctima del basajaun, aunque entonces la prensa todavía no lo llamaba así. Fue un poco más tarde cuando trascendió que alrededor de los cadáveres aparecían pelos de animal, restos de piel y rastros dudosamente humanos, unidos a una especie de fúnebre ceremonia de purificación. Una fuerza maligna, telúrica y ancestral parecía haber marcado los cuerpos de aquellas casi niñas con la ropa rasgada, el vello púbico rasurado y las manos dispuestas en actitud virginal.»
En los márgenes del río Baztán, en el valle de Navarra, aparece el cuerpo desnudo de una adolescente en unas circunstancias que lo ponen en relación con un asesinato ocurrido en los alrededores un mes atrás. La inspectora de la sección de homicidios de la Policía Foral, Amaia Salazar, será la encargada de dirigir una investigación que la llevará de vuelta a Elizondo, una pequeña población de donde es originaria y de la que ha tratado de huir toda su vida. Enfrentada con las cada vez más complicadas derivaciones del caso y con sus propios fantasmas familiares, la investigación de Amaia es una carrera contrarreloj para dar con un asesino que puede mostrar el rostro más aterrador de una realidad brutal.
Meister Mathis, Mathis Grün de Eisenach, Mathis Godhart (o Gothardt) Nithart (o Nithardt), Matthias Grünewald, el pintor (y también, quizá, el ingeniero, el fabricante de jabones, el conocedor de alquimias) son algunas de las señales que han velado y velan todavía al hombre que pintó el imponente Retablo de Isenheim a principios del siglo, en una Europa diezmada por la pobreza, la guerra y la peste, en la que tronaban las revueltas de campesinos, el comercio de bulas era moneda corriente y la Reforma echaba a andar. El políptico, con sus escenas sucesivas, estaba destinado a causar el estremecimiento de los enfermos que acudían en río al hospital que los antonianos habían abierto en Isenheim: detenerse ante el cuerpo retorcido y masacrado de la Crucifixión, la música angélica de la Natividad, un san Antonio tentado y vejado, o el triunfo de la Resurrección debía propiciar la curación a sus males las fiebres y la lepra, el fuego de san Antonio, la sífilis, la epilepsia .