Star Wars ya pertenece al selecto grupo de los mitos universales, de las grandes historias de la humanidad: la importancia de la saga imaginada por George Lucas solo puede medirse con la misma vara que utilizaríamos para calibrar la importancia de la Ilíada, de ciertas obras de Shakespeare, de la Biblia o incluso de personajes como Santa Claus o Mickey Mouse, a los que Darth Vader no envidia nada en cuanto a conocimiento universal. Star Wars es mucho más que una serie de películas y una engrasada máquina de merchandising: también es un complejo producto de cultura popular cuyas interpretaciones nos pueden explicar la historia y el mundo actual, y nos plantean con eficacia los grandes temas que importan al ser humano: el amor, la guerra, la familia, el poder, el sacrificio. Al menos, así lo entiende Cass R. Sunstein, una de las mayores autoridades en derecho en Estados Unidos, antiguo miembro del gabinete del presidente Obama durante su primer mandato, y secretamente fascinado por los acontecimientos que sucedieron, hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana. Para Sunstein, Star Wars es una fuente de interpretación inagotable para temas como la infancia, la paternidad, el Lado Oscuro (esto es, las tentaciones y las malas decisiones), la rebelión y la búsqueda de la paz interior. Es un obra con la que podremos entender mejor por qué el pueblo se rebela contra sus líderes, por qué prolifera el terrorismo o hacia dónde puede ir la economía. Sunstein parte de la idea de que en el mundo de Star Wars hay un bien supremo –el derecho a elegir libremente–, y que es nuestra libertad la que nos empuja a actuar de manera correcta.
Pensador apegado a la tierra y sus ritmos naturales, crítico de la tecnocracia y de la industrialización, André Prudhommeaux (1902-1968) fue un ingeniero agrónomo y botánico que abandonó su carrera profesional en aras de un compromiso político con el ideal anarquista. Amigo de Albert Camus, a quien introdujo en los círculos libertarios en Francia, Prudhommeaux aunó sus anhelos de igualdad y justicia social con una temprana conciencia y sensibilidad por la naturaleza que lo sitúa en la tradición ecologista de la modernidad. La presente antología introduce por primera vez en castellano la obra de un escritor imprescindible para explorar senderos alternativos al poder concebido como una «locomotora furiosa, de la que el hombre no es más que un mecanismo ciego, lanzado hacia la muerte».
Retornar a las raíces permite entender la historia e iluminar los problemas actuales.
En Occidente, Sócrates constituye una de estas raíces. A su escuela de sabiduría era posible asistir desde niño para ejercitarse en la práctica de las virtudes con vistas a vivir en la excelencia. Hoy basta con revisitar los diálogos de Platón para hacerse discípulo de Sócrates y progresar, a través de los variados tipos de verdades, hacia la verdad.
En esta edición bilingüe griego-español se recogen y comentan dos diálogos que versan sobre las poco atendidas virtudes de la templanza (sophrosyne) y la prudencia (phrónesis).
En Hipias menor, Sócrates recuerda que la filosofía ha nacido para distinguir cuidadosamente lo único necesario si el discípulo desea no apartarse del modo auténtico de vivir. Para ello, nada mejor que ejercitar sin descanso la prudencia o sabiduría práctica.
En Cármides se vuelve la mirada a la infancia, a esa etapa prelógica en la que la práctica de la templanza guía con seguridad hacia la propia plenitud y la del grupo social.
Nada, pues, tan importante como aprender hoy a pasar de la templanza a la prudencia si se desea habitar en la justicia, la sabiduría y la verdad.
La sociedad del cansancio puede considerarse una de las obras más emblemáticas de Byung-Chul Han. En ella, con una visión casi profética, se presentan los grandes temas que el filósofo surcoreano desarrollaría luego durante más de una década, alcanzando celebridad mundial. En conmemoración de toda esa trayectoria filosófica, y por su rotunda actualidad, volvemos a presentar ahora esta obra en una nueva traducción.
Byung-Chul Han detecta que en las últimas décadas se ha producido en nuestras sociedades occidentales avanzadas un cambio de paradigma y que la anterior sociedad disciplinaria --basada en imperativos y prohibiciones externos-- ha pasado a ser una sociedad del rendimiento, en la que los individuos se afanan por explotarse a sí mismos. Si antiguamente el quebrantamiento de la norma acarreaba el castigo, ahora el incumplimiento del anhelo provoca frustración.
Cifrar la plenitud personal y el sentido de la vida en la incesante autoexigencia de rendir cada vez más conlleva como resultados culturales la nivelación de todas las diferencias, el infierno de lo igual y la pura positividad. Como consecuencias psicológicas acarrea cansancio, aburrimiento e indiferencia y como secuelas psiquiátricas ocasiona diversos síndromes: de hiperactividad, impaciencia, desatención y agotamiento. De este modo, el precio vital exige la renuncia al ánimo festivo, a la pura celebración de la vida.
La felicidad ha derivado en un dilema casi irresoluble y el afán por conseguirla supone un verdadero obstáculo para una vida buena. «La gente que solo busca el provecho material, arriesga su vida a la ligera. ¿No es esto un error de nuestra generación?», se preguntaba Chuang-Tzu nada menos que a mediados del siglo IV a. C. Han pasado más de dos mil años. En la actualidad, el conocimiento científico y el progreso tecnológico han puesto a nuestro alcance infinitas oportunidades, sobreabundante información e innumerables objetos de consumo. Sin embargo, la insatisfacción, el desasosiego, la aceleración y el cansancio acampan por doquier.
Disfrutar del momento, estar plenamente en el presente se ha convertido en una aspiración cuasi heroica. Tan es así que cada vez más aparecen en el «mercado emocional» terapias variopintas y ofertas prodigiosas encaminadas a paliar este malestar. Frente al mandato «sed felices» que proclama nuestra sociedad del exceso, tal vez lo más sensato sea intentar vivir bien y de la forma más dichosa posible.
De la mano de Aristóteles, Séneca, Horacio, Montaigne, Voltaire y también de escritores contemporáneos, Rubén D. Gualtero reflexiona aquí sobre el sentido que le damos a nuestra temporalidad, la relación con nosotros mismos, los demás, la naturaleza, las cosas y hasta Dios, para reformular una ética de la alegría y la mesura que nos ayude a lograr una existencia más plena.
Según afirma su propio autor, este libro esboza algunas de las dificultades más importantes que debe afrontar nuestra civilización, una civilización que no se ha recobrado todavía completamente de la conmoción de su nacimiento, de la transición de la sociedad tribal o «cerrada», con su sometimiento a las fuerzas mágicas, a la «sociedad abierta», que pone en libertad las facultades críticas del hombre.