En esta última entrega de sus Pequeños escritos políticos reúne Jürgen Habermas sus más recientes incursiones como intelectual en el terreno político. En sus páginas centrales se prosigue la discusión sobre el presente y el futuro de Europa, con un nuevo análisis sobre el poder de las élites tecnocráticas en la política europea y el esbozo de una teoría discursiva del Estado democrático de derecho.
La primera parte del libro, «Judíos alemanes, alemanes y judíos», recoge reflexiones y recuerdos personales sobre la generación de emigrantes judíos que regresaron a Alemania después de la Segunda Guerra Mundial para convertirse en «maestros irremplazables». Pero hubo también un «retorno de los que no volvieron». La relación entre lo judío y lo alemán es asimismo estudiada en dos lúcidos ensayos dedicados a Martin Buber y Heinrich Heine.
A LA CONEXIóN ENTRE RELATO Y FILOSOFíA, QUE CONSTITUYE LA CARACTERíSTICA MáS SOBRESALIENTE DE LOS LIBROS DE PETER SLOTERDIJK, HAY QUE AñADIR EL HECHO DE QUE A COMIENZOS DEL SIGLO XXI SE PUEDA CONTAR CON ALGO RADICALMENTE REVOLUCIONARIO.
El enjambre digital, a diferencia de la masa clásica de los siglos XIX y XX, consta de individuos aislados, carece de alma y de un nosotros, es incapaz de una acción común o de manifestarse en una sola voz.
La hipercomunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y ser ella misma. Se percibe solo ruido, sin sentido, sin coherencia. Todo ello impide la formación de un contrapoder que pueda cuestionar el orden establecido, que adquiere así rasgos totalitarios. Multinacionales de la información vigilan nuestros intereses y extraen beneficio de nuestros comportamientos en línea: nos ofrecen cíclicamente los mismos pensamientos y preferencias, transformando y deteriorando los modos de lo público.
Byung-Chul Han afirma que se ha dejado atrás la época biopolítica. Hoy nos abocamos a la psicopolítica digital, una era en la que el poder interviene en los procesos psicológicos inconscientes. El psicopoder, para Han, es más eficiente que el biopoder, porque nos vigila, controla y mueve no desde fuera, sino desde dentro.
El excitante retrato de una época en la que la erudición, la sensualidad y los excesos iban siempre de la mano.
París, 1933: Jean-Paul-Sartre, Simone de Beauvoir y Raymond Aron están reunidos tomando cócteles de albaricoque en el bar Bec-de-Gaz, en la calle Montparnasse. Aron les tienta con un nuevo marco conceptual aparecido en Berlín, la fenomenología. «Si eres fenomenólogo puedes hablar de este cóctel y hacer filosofía con él», les dice.
Esa sencilla frase puso en marcha un movimiento que inspiró a Sartre a integrar la fenomenología con su propia sensibilidad humanística y crear un enfoque filosófico completamente nuevo, inspirado en la libertad radical, el ser auténtico y el activismo político. Ese movimiento arrasaría en los clubes de jazz y cafés de la Rive Gauche, y luego llegaría a todo el mundo bajo el nombre de «existencialismo».
Si creías que el mundo estaba llegando a su fin, esto te interesa: vivimos más años y la salud nos acompaña, somos más libres y, en definitiva, más felices; y aunque los problemas a los que nos enfrentamos son extraordinarios, las soluciones residen en el ideal de la Ilustración: el uso de la razón y la ciencia. En esta elegante evaluación de la condición humana en el tercer milenio, el científico cognitivo e intelectual Steven Pinker nos insta a ver con otra perspectiva los titulares alarmistas y las profecías de la perdición que juegan con nuestros prejuicios psicológicos.
En todo momento histórico hay una tensión entre lo viejo que no se resigna a desaparecer y lo nuevo que no se decide a triunfar. Todo presente histórico es un interregno propicio para fenómenos monstruosos que sólo los que vengan después sabrán si fueron apariciones fantasmales que se disolvieron sin dejar huella, heraldos del futuro, partos prematuros o muertos revividos.
Nuestro monstruo hoy es la sensación, tan extendida, de que vivimos en un posible fin de los tiempos. La inquietante presencia de esta esperanza herida nos permite pensar que el hombre actual ha podido cansarse de sí mismo y de su dominio insolente de la Tierra.
El filósofo y maestro Gregorio Luri se sirve de nuestras angustiosas preguntas por los límites del mundo humano como pruebas reactivas para diagnosticar el signo del tiempo en que vivimos.
Porque, aunque la pregunta por los límites humanos es tan antigua como la religión, había permanecido latente hasta hace pocas décadas. Pero en nuestros días ha alcanzado una latencia tan extraordinaria que inunda los medios de comunicación, anulando toda posibilidad de autocomplacencia.
Que el hombre esté desorientado no es noticia; que tenga miedo al futuro, tampoco. Pero que tenga miedo de sí mismo porque se ve como el bárbaro que acecha en los limes de su alma, sí es novedoso. Y es una noticia altamente preocupante, sobre todo porque ese miedo ha llegado a las escuelas…