Podría parecer a simple vista que «ficción» y «realidad» son dos esferas que se diferencian nítidamente la una de la otra, pero lo cierto es que muchas más veces de las que sospechamos actúan como cara y contracara de una misma moneda… llegando incluso a (con)fundirse en múltiples ocasiones. En «El arte de inventar la realidad», la historiadora del arte y crítica de cine Áurea Ortiz Villeta sondea, a través de abundantes ejemplos de películas y series, incluyendo documentales, el modo en que esta (con)fusión opera, dando lugar a equívocos que, ya sean intencionados o no, bien pudieran suponer un reto a la hora de delimitar qué es la verdad y qué no lo es. ¿Puede una imagen inventada llegar a sustituir lo real? ¿Puede una representación convertirse en algo más real que lo real? Pensemos en un ejemplo icónico: el atentado contra Carrero Blanco. ¿Qué imagen acude a nuestra mente casi al instante al pensar en ello? […] En efecto: una escena perteneciente a la película Operación ogro, del director italiano Gillo Pontecorvo. Una ficción… que sin embargo ha quedado fijada en el imaginario colectivo como representación paradigmática de un suceso. Este breve ensayo rastrea las zonas de sombra en las que lo ficticio y lo real se entremezclan, en un itinerario orientado a arrojar luz sobre una pregunta de fondo: si cada vez nos cuesta más diferenciar las imágenes ciertas de las ficticias, ¿cuáles son los retos a los que nos enfrentamos como sociedad?
La memoria es una forma de invocar el pasado que se conjuga en presente y se traduce en futuro. Muchas veces, la puerta de acceso del hoy a los ayeres requiere de llaves codificadas que, al estilo de la magdalena de Proust, nos ayuden a liberar del olvido a quienes en él quedaron desterrados. En 'El arte de invocar la memoria', la escritora e historiadora Esther López Barceló da cuenta de la fuerza del recuerdo colectivo a través de sus múltiples representaciones y materialidades: objetos personales encontrados en fosas, como los zapatos representados en la cubierta de este libro; grafitis fugaces, a modo de epitafios de urgencia, que dan cuenta del paso de condenados por un campo de concentración; unas escaleras transformadas en pruebas periciales; libros y documentales, depositarios de incómodas verdades, a los que se trata de hacer desaparecer… Este vibrante ensayo, escrito en un delicado tono poético, trenza un recorrido por distintas formas de invocar la memoria de una herida abierta, la de las víctimas del franquismo ―y de otras dictaduras―, a través de vestigios arqueológicos y de artefactos culturales que nos interpelan y, a la vez, nos conectan a un pasado que, gracias a ellos, no es ni será nunca un tiempo perdido.
Uno de los grandes temores al que muchos de nosotros nos enfrentamos es descubrir al final que hemos desperdiciado nuestra vida, a pesar de todos nuestros esfuerzos. En El arte de la buena vida, William B. Irvine explora la sabiduría de la filosofía estoica, una de las escuelas de pensamiento más populares y exitosas de la antigua Roma, y muestra cómo sus ideas y consejos aún pueden aplicarse hoy en día.
Utilizando los conocimientos psicológicos y las técnicas prácticas de los estoicos, Irvine ofrece una hoja de ruta para quienes buscan evitar los sentimientos de insatisfacción crónica que nos aquejan. Los lectores aprenderán cómo minimizar sus preocupaciones, cómo dejar de lado el pasado y centrar sus esfuerzos en las cosas que podemos controlar, y cómo lidiar con los insultos, el dolor, la vejez y las tentaciones que distraen como la fama y la fortuna. Aprenderemos de Marco Aurelio la importancia de valorar solo cosas de verdadero valor, y de Epícteto a estar más contentos con lo que tenemos.
Si nos observamos a nosotros mismos en nuestro trabajo diario y luego reflexionamos sobre lo que vivimos, podremos identificar mejor las fuentes de angustia y evitar el dolor. Solo así, pensaron los estoicos, podremos esperar alcanzar una vida verdaderamente feliz.
En línea con la tradición de Susan Sontag y Elaine Scarry, Maggie Nelson se ha convertido en una de las principales críticas culturales con este ensayo sobre las representaciones de la crueldad y la violencia en el arte. Desde la poesía de Sylvia Plath hasta las pinturas de Francis Bacon, desde la franquicia de Saw hasta las performances de Yoko Ono o Marina Abramovic, desde el teatro de Antonin Artaud hasta las instalaciones de Santiago Sierra o Ana Mendieta, el sutil recorrido de Nelson a través del paisaje artístico ofrece un modelo de cómo unas férreas convicciones éticas se pueden conjugar con una defensa igualmente vigorosa del arte que pone a prueba los límites del «buen gusto», el tabú y lo tolerable.
La Eneida no es un poema para tiempos de paz. Sus versos no son apropiados cuando todo va sobre ruedas, son ideales cuando sentimos la urgencia de encontrar nuestro camino hacia un después que nos asombra por su diferencia con el antes en el que siempre hemos vivido. Por decirlo con otras palabras: la lectura de la Eneida es muy recomendable en medio del huracán, y a ser posible sin paraguas. Eneas es el hombre vencido, el héroe sin patria a la que volver. Se aleja de las ruinas de Troya con su padre a cuestas y en busca de un nuevo comienzo, armado con sus posesiones más preciadas, en un barco sin timonel a la búsqueda de una tierra prometida en la que volver a empezar.
A su más puro estilo, Marcolongo nos muestra en este maravilloso ensayo cómo el poema épico de Virgilio resuena en el mundo contemporáneo y cómo sus temáticas y sus protagonistas nos pueden seguir emocionando aún hoy. De Eneas solemos recordar su huida de Troya o su trágica historia de amor con Dido, pero tendemos a olvidar el relato épico de los orígenes míticos de Roma y su imperio. Su resiliencia y la fuerza de su esperanza son ejemplares y constituyen una lección de sorprendente actualidad.
Schopenhauer escribió El arte de tener razón (o Dialéctica erística) para sistematizar «las astucias, ardides y bajezas» que empleamos cuando discutimos con la única finalidad de hacer prevalecer nuestras ideas. En la época en que Hegel señalaba la dialéctica como el único camino para alcanzar la culminación del Espíritu, Schopenhauer, su irreductible antagonista, la entendía como el florete a blandir en el particular combate de esgrima que es cualquier discusión. Por ello decidió reunir en este opúsculo treinta y ocho estratagemas que, a su parecer, convierten la dialéctica en un «arte de la sofística», pues enturbian la búsqueda de la verdad, razón última de la filosofía.