Publicada originalmente en 1941, las numerosas ediciones de la Historia de la filosofía de Julián Marías son la mejor prueba de la continuada vigencia de esta obra ya clásica. En el prólogo a la primera edición, Xavier Zubiri vaticinó que esta obra representaría para los estudiantes «un instrumento de trabajo de considerable precisión, que les ahorrará búsquedas difíciles, les evitará pasos perdidos en el vacío y, sobre todo, les hará echar a andar por el camino de la filosofía». La presente edición incluye además un esclarecedor ensayo de Harold Raley sobre esta obra de Julián Marías.
En su poética descripción de la utopía, Eduardo Galeano juega con la paradoja de que cuanto más nos intentamos acercar a su horizonte más se aleja ella de nosotros. ¿Para qué sirve, entonces? Para seguir caminando, concluye el escritor uruguayo. En La ética del paseante y otras razones para la esperanza, el término ética alude a un refugio del ser humano. Y la esperanza se construye con las manos de la memoria, porque todos somos paseantes de su territorio mientras avanzamos hacia nosotros mismos deambulando por cualquier lugar.En cierto modo, el cuerpo es al alma lo que las palabras son a las ideas, así que tal vez, como sostiene el autor de este interesante ensayo, haya que transitar un poco por el pasado para poder seguir avanzando hacia el futuro. El mejor antídoto contra la indolencia que algunos proponen y la indecencia que otros disponen reside en la incuestionable capacidad que tenemos para poder pasear sosegadamente sobre lo que fuimos, imaginando lo que seremos. Somos memoria y lenguaje, ilusión y conciencia, un sitio inquieto al que llegamos para seguir caminando. Y, por tanto, una esperanza cargada de razones ante la permanente disyuntiva de partir o partirse.
La genealogía de la morales la obra más sombría y cruel de Friedrich Nietzsche. Su primer tratado se ocupa de la contraposición entre los conceptos de "bueno" y "malo", así como de la posterior transformación de su significado por obra de la interpretación judeo-cristiana. El segundo tratado analiza la mala conciencia, cuya causa en épocas primitivas era la culpa entendida no en el sentido de responsabilidad moral, sino como equivalente a deuda material. La última parte, que anuncia el nuevo ideal del superhombre, analiza el significado del ascetismo.
Se recogen en este volumen las lecciones impartidas por Edmund Husserl en 1907, que suponen la primera exposición pública del sentido y de las implicaciones del nuevo método descubierto por el autor, la conocida «reducción fenomenológi-ca», y permiten comprender el paso de la fenomenología descriptiva de Investigaciones lógicas (1900) a la fenomenología transcendental de Ideas I (1913). Nos hallamos ante un texto que, por su importancia en el desarrollo del pensamiento husserliano y por su inusitada claridad conceptual y expositiva, ha sido traducido y reimpreso varias veces en diferentes idiomas.
Ningún otro lema domina hoy el discurso público tanto como la transparencia. Según Han, quien la refiere solamente a la corrupción y a la libertad de información, desconoce su envergadura. Esta se manifiesta cuando ha desaparecido la confianza y la sociedad apuesta por la vigilancia y el control. Se trata de una coacción sistémica, de un imperativo económico, no moral o biopolítico. Las cosas se hacen transparentes cuando se expresan en la dimensión del precio y se despojan de su singularidad. La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual.
Google y las redes sociales, que se presentan como espacios de libertad, se han convertido en un gran panóptico, el centro penitenciario imaginado por Bentham en el siglo XVII, donde el vigilante puede observar ocultamente a todos los prisioneros. El cliente transparente es el nuevo morador de este panóptico digital, donde no existe ninguna comunidad sino acumulaciones de Egos incapaces de una acción común, política, de un nosotros Los consumidores ya no constituyen ningún fuera que cuestionara el interior sistémico. La vigilancia no se realiza como ataque a la libertad. Más bien, cada uno se entrega voluntariamente, desnudándose y exponiéndose, a la mirada panóptica. El morador del panóptico digital es víctima y actor a la vez.
El oxímoron evocado por el título La utilidad de lo inútil merece una aclaración. La paradójica utilidad a la que me refiero no es la misma en cuyo nombre se consideran inútiles los saberes humanísticos y, más en general, todos los saberes que no producen beneficios. En una acepción muy distinta y mucho más amplia, he querido poner en el centro de mis reflexiones la idea de utilidad de aquellos saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista. Existen saberes que son fines por sí mismos y que -precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial- pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores.