«El rasgo fundamental del espectáculo moderno es la puesta en escena de su propia ruina». Así se expresaba Guy Debord en 1959. Lo que desde entonces parece claro es que –aunque las ruinas siempre ocupasen un lugar en la reflexión teórica y en la sensibilidad artística– el devenir histórico cercano ha abocado a la humanidad y a la vida en la Tierra hacia ese horizonte extraño. Siguiendo esta intuición, en este libro se estudia la presencia de las ruinas y los descampados en el arte, la arquitectura y el pensamiento europeos contemporáneos. Y, si se logra mostrar algo, eso es que las ruinas ocupan un lugar central, tanto en las denuncias más o menos veladas a los modelos socio-económicos heredados, como en las propuestas regeneradoras más recientes sobre el paisaje.
¿Cuál es la fuente de los saberes humanos? ¿Podemos vivir sin certezas?
¿Con qué criterios podemos aceptar que lo que conocemos sea verdadero o falso?
¿Sirve el escepticismo para lograr una vida mejor?
En las últimas décadas, para alcanzar la verdad o la tranquilidad interior, se han reivindicado casi todas las escuelas de la sabiduría antigua: desde los estoicos a los cínicos, desde los epicúreos a Platón y Aristóteles, pasando por los taoístas chinos, los budistas del zen japonés o el yoga indio. En esta recuperación constante de los clásicos tan solo parece faltar la escuela escéptica.
Hoy en día tendemos a asociar escepticismo con incredulidad ordinaria. Sin embargo, el escepticismo no implica una negación absoluta, sino más bien todo lo contrario, es decir la puesta en cuestión de dogmas, tópicos y prejuicios. El escepticismo filosófico deriva de la palabra skepsis que significa «investigar», no conformarse con una respuesta dogmática. Pensar con sentido implica dudar, cuestionar las aparentes certezas. Es por ello que el escepticismo ha sido una de las más potentes tradiciones de la historia de la filosofía y de la ciencia, que sigue vigente y merece ser reivindicada si queremos comprender aspectos fundamentales de nuestra mente y de lo que nos rodea.
Una obra de singular importancia que reconstruye el pensamiento de los escépticos grecolatinos, dirigida por igual a iniciados y profanos.
Daniel Tubau nos propone pasear de la mano de los escépticos para llegar al conocimiento admitiendo nuestra ignorancia. Además, nos revela que a través de la duda podemos encontrar un camino hacia la felicidad.
Catherine François trae a escena a unos héroes culturales casi desconocidos en Occidente, cuyas vidas constituyen fragmentos relevantes de la historia de China y un verdadero ejemplo de sabiduría.
Un fascinante recorrido filosófico por la historia cultural en torno a la tensión entre el individuo y la sociedad.
Cada uno de nosotros es, antes que nada, un ser individual, único. Y si para muchos esto es un estímulo para cultivar la propia singularidad, para otros esta individualidad puede convertirse en una acuciante sensación de soledad, de la que solo es capaz de rescatarnos la pertenencia a un grupo o a una clase social, o la adhesión a una ideología. La historia de la filosofía nos muestra numerosos ejemplos de cómo algunos escritores y pensadores han reflexionado sobre cómo mantener viva la propia singularidad frente a las exigencias del clan o de la sociedad en su conjunto. Con esta tensión como telón de fondo, Safranski presenta las ideas de los genios artísticos renacentistas, los primeros ecologistas del siglo xix o los pensadores existencialistas. Y también nos brinda inéditas perspectivas sobre autores como Montaigne, Rousseau, Diderot, Kierkegaard, Hannah Arendt, Elias Canetti o Ernst Jünger.
Pese a la autocomplacencia de muchos de sus cultivadores, no es un secreto para nadie que tanto la crítica de literatura y pensamiento como el llamado periodismo cultural están bajo mínimos, en parte por la precarización de los medios pero también o sobre todo por las evidentes carencias de las plumas que se limitan a ejercer como terminales de propaganda. En este panorama degradado sobresalen tanto más los autores que recogen el testigo de los grandes para combinar el conocimiento y la independencia de criterio, lejos de la corrección y los lugares comunes. Caracterizada como de costumbre por la variedad, la erudición y la ironía, la nueva recopilación de ensayos de Juan Bonilla se abre con una colección de ácidas y chispeantes notas, seguidas de aproximaciones a Unamuno, Kafka y Borges. Reflexiones sobre la fotografía, las humanidades y la ciudad completan un amenísimo volumen donde el jerezano derrocha originalidad, brillantez y frescura, cualidades que han convertido al narrador y poeta en un crítico y articulista ineludible. «Los libros son espejos: No puede un simio que se asoma a ellos esperar que quien salga reflejado sea un apóstol. Lo dijo Lichtenberg, y sin embargo… Quizá los grandes libros son precisamente los antiespejos: muestran a los simios que se asoman que en todos ellos hay algo de apóstol, y sobre todo les recuerdan a los apóstoles que van a contemplarse que al fondo de sus ojos sigue habitando un simio».
En 1940, en carta a una antigua alumna, Simone Weil escribe que Francia, «en un plazo bastante breve», había de conocer «una forma más o menos acentuada de racismo», y advierte: «Yo me contaré, en ese caso, entre los parias». Por esas mismas fechas, se había declarado deudora de «la tradición cristiana, francesa, helénica». Es en esta encrucijada en la que se topa con su condición de judía.
Disipando polémicas estériles, este libro aclara la posición de Simone Weil ante la «cuestión judía». ¿Cabe asimilar su duro juicio sobre la religión hebrea a alguna forma de antisemitismo? La respuesta no solo requiere situar sus textos más problemáticos en el preciso contexto histórico y político en el que fueron escritos. Exige, ante todo, leer esos textos a la luz del conjunto de su pensamiento, que apunta a una política espiritual capaz de articular lo sobrenatural y la acción pública. Solo yendo a las razones profundas de su filosofía sin eludir sus contradicciones es posible un ensayo de comprensión.