En mayo de 1938, alrededor de 2.500 hombres se amontonaban en las brigadas del penal del fuerte de San Cristóbal (Navarra). Entre los reclusos había presos políticos y prisioneros de guerra que vivían en condiciones infrahumanas y bajo permanente amenaza de tortura o ejecución.
El domingo 22 de mayo de ese año, el calendario marcaba la fiesta de santa Rita, patrona de los imposibles, cuando 795 de ellos lograron escapar de la histórica fortaleza. Esta gran evasión republicana no fue una fuga improvisada y provocó un enorme impacto en las autoridades franquistas.
Ante la idea de que, en plena Guerra Civil, «un puñado de presos desnutridos y apaleados» tomara una de las prisiones más seguras de la España franquista, estas ordenaron una feroz cacería de los fugados en l a que participaron soldados, guardias civiles, carlistas, falangistas y civiles. Solo tres de ellos lograron llegar a Francia. 206 fueron asesinados, otros catorce fueron ejecutados posteriormente y los demás, reingresados en el propio fuerte de San Cristóbal, donde otros 46 fallecerían en los próximos años. Eran los héroes de una fuga histórica y sin precedentes que quedó silenciada.
El testimonio del último testigo del Proyecto Manhattan, el plan secreto que inauguró la era atómica y la Guerra Fría.
En 1943 Roy J. Glauber tenía 18 años. Estudiaba simultáneamente la carrera de Física y cursos de doctorado en Harvard. Un día, un emisario del gobierno pidió entrevistarlo. Poco después, siguiendo escuetas instrucciones, Roy envió sus pertenencias a una misteriosa dirección postal y tomó un tren sin saber a dónde. Así llegó a Los Álamos, un laboratorio aislado y secreto en el que las mentes más brillantes de la época trabajaban en el Proyecto Manhattan. De la noche a la mañana, el joven Roy se codeaba con los principales referentes científicos para crear un arma que cambiaría el panorama bélico y político del siglo xx.
La fama es inalcanzable para la mayoría de los humanos, y ese muchacho de entonces desconocía que después la tendría por partida doble. En 2005 obtuvo el premio Nobel de Física por sus trabajos sobre la coherencia cuántica de la luz. Pero, además, Roy fue testigo de los hechos, conoció y sobrevivió a prácticamente todos los científicos vinculados a la creación y lanzamiento de las bombas atómicas; vivió de cerca el antes, el durante y el después de ellas. Desde el punto de vista histórico, Roy ocupó un puesto privilegiado: nadie más lo detentará. Por eso, si la vida le pone a uno en contacto con un hombre tan excepcional como él, y en circunstancias tan especiales como las aquí relatadas, tiene la obligación de contarlo.
Este libro narra el inicio de la era atómica a través de un verdadero protagonista; uno independiente, comprometido con la verdad. Los hechos rememorados por Roy permanecerán en la historia quizá por milenios. «Yo solo fui un observador… aunque uno muy bueno», nos dijo. Aquí queda su voz. La última voz.
El castillo de Kronborg, que inspiró a Shakespeare una de las obras cumbres de la literatura universal, es el punto de partida del singular viaje que nos invita a emprender este iluminador libro. A lo largo de sus páginas, la singular voz del narrador conducirá al lector por las sendas que unen pasado y presente de una tradición cultural en crisis, desmantelando así los falsos dogmas que la socavan. El resultado es un texto lúcido, heterogéneo e irreverente en el que temas tan dispares como la literatura de viajes, la lucha de clases, los contrastes entre las sociedades del norte y del sur de Europa, la historia del rock, el consumismo y el deterioro de los valores democráticos tienen cabida. Una obra extraordinaria que aúna literatura e historiografía para desentrañar las claves no sólo del pasado y el presente de Europa, sino también de su porvenir.
En el año 1525 siete naves de la expedición Loaísa-Elcano zarpan desde La Coruña con la intención de comenzar la anhelada ruta de las especias, descubierta en la primera circunnavegación al planeta, pero en esa titánica misión una de las naves, la carabela San Lesmes, encalla en una isla perdida en la inmensidad del Pacífico. Sin posibilidades de regresar, la tripulación tendrá que abrirse camino en las paradisiacas playas de la Polinesia.
Mucho antes de que Londres y Nueva York adquirieran prominencia internacional, se descubrió una ruta comercial entre Hispanoamérica y China que marcó el comienzo de una nueva era, catalizando el intercambio económico y cultural, sentando las bases para la primera moneda global y para el surgimiento de la primera «ciudad mundial». Sin embargo, a pesar de su capital importancia, el circuito de la plata del Pacífico ―más conocido como el Galeón de Manila o la Nao de China― se descuida con demasiada frecuencia en las narrativas convencionales sobre el nacimiento de la globalización.
Una apasionante novela sobre la increíble vida del pianista de Hitler que ayudó a crear el monstruo del nazismo para luego tratar de destruirlo.
Medía dos metros de altura pero lo apodaban Putzi, hombrecito en bávaro. Marchante de arte en el Nueva York bohemio de 1910, amante en aquella época de Djuna Barnes y músico en su tiempo libre, Ernst Hanfstaengl se convirtió diez años después en el confidente y pianista de Hitler. Su increíble exilio al perder el favor de éste lo llevó hasta el presidente Roosevelt, quien durante la IIGM lo convertiría en su principal informante sobre el Führer.
Putzi. El confidente de Hitler rescata a uno de los personajes más desconocidos y fascinantes del S.XX: para algunos fue un traidor o un bufón sin consecuencia, para otros, uno de los artesanos del mal. Pero su trágica y burlesca historia, envuelta en misterio, es la de un héroe de novela. La novela de un siglo de esplendor y desastre, en la que el lector se cruzará con Goebbels, Göring y las hermanas Mitford, pero también con Thomas Mann, Charles Chaplin o John Reed.