Otto Weininger (1880-1903) fue sin duda la figura más controvertida del periodo histórico y cultural conocido como la «Viena fin de siglo», algo así, en palabras de Steven Beller, como su mala conciencia, pues tras su suicidio pasaría a encarnar los rasgos más censurables del periodo: misoginia, antisemitismo y antimodernismo. Después de cursar filosofía y psicología en la universidad de la capital austriaca, donde se doctoraría en 1902, publicó Sexo y carácter, un pionero y provocador estudio que influiría tanto en algunas de las principales luminarias del siglo XX —Ludwig Wittgenstein, James Joyce, Hermann Broch o Elias Canetti— como en la figura epítome de todas sus futuras desgracias, el líder del partido nazi. En El judío favorito de Hitler, el profesor Allan Janik —coautor, junto a Stephen Toulmin, del mítico ensayo La Viena de Wittgenstein—, ha completado el primer estudio verdaderamente exhaustivo en torno a Otto Weininger, disolviendo su aparente enigma, contextualizando sus aportaciones en el marco de la literatura y del pensamiento europeos contemporáneos, y explicando por qué, a pesar de su brevísima vida, infame reputación y opiniones inquietantes, dejó una huella tan profunda en el siglo que apenas vio nacer. Una lectura esencial para quienes se interesan por la filosofía, la cultura y las artes.
Fascinante recorrido del mundo de la antigüedad clásica desde Homero a Adriano, es precisamente la presencia constante del toque humano: su capacidad de evocar figuras como Sócrates, Alejandro, Cicerón o César y de hablarnos, a la vez, de la vida cotidiana de los ciudadanos, de los últimos días de Pompeya o de los juegos del circo, en unas páginas que nos devuelven el encanto de la mejor narrativa histórica.
Nos han contado mal la historia y nos la hemos creído. Este es el punto de partida de un sugerente ensayo divulgativo que tiende puentes entre las dos orillas del Atlántico y que ofrece una visión renovada y certera, alejada de maniqueísmos simplificadores, sobre el fertil encuentro entre culturas que cambió el mundo para siempre.
El 3 de diciembre del 63 a.C. se produjo un debate en el senado de Roma para decidir el castigo para los cinco arrestados por su implicación directa en la conjura de Catilina. Gayo Julio César y Marco Porcio Catón defendieron puntos de vista antagónicos: mientras César defendía el derecho de cualquier ciudadano a no ser ejecutado sin un juicio; Catón exigía la inmediata ejecución de los cinco detenidos para evitar males mayores. A pesar de que Catón era un recién llegado al senado y cinco años más joven que César, después de su intervención los senadores rompieron a aplaudir y la moción de Catón quedó aprobada por una mayoría abrumadora. La propuesta de César había sido aplastada. Esta discusión sería el inicio de una rivalidad mortal entre ambos que se alargaría durante diecisiete años.
Durante siglos, muchos han argumentado que la caída de la República Romana tuvo sus raíces en la corrosión institucional.
A principios del siglo XVIII, en pleno auge de la Ilustración, un insólito equipo de científicos franceses y oficiales de marina españoles –entre ellos Jorge Juan y Antonio de Ulloa– emprendió la primera expedición científica internacional del mundo, con la intención de realizar mediciones astronómicas precisas en el ecuador y resolver así uno de los misterios más antiguos de la humanidad: la verdadera forma de la Tierra. En su libro La medida de la Tierra. La expedición científica ilustrada que cambió nuestro mundo, el galardonado Larrie D. Ferreiro, autor de Hermanos de armas, narra por primera vez la historia completa de la Misión Geodésica al ecuador, en una época en la que Europa se debatía entre dos concepciones opuestas del mundo: los seguidores de René Descartes sostenían que la Tierra se alargaba hacia los polos, mientras que Isaac Newton defendía que era achatada. Una nación que pudiera determinar con precisión la forma del planeta podría navegar con seguridad por sus océanos y proporcionar enormes ventajas militares –con su consiguiente proyección imperial–.
Conscientes de ello, Francia y España organizaron una expedición conjunta al virreinato de Perú, provista de los más avanzados equipos topográficos y astronómicos, con el fin de medir un grado de latitud en el ecuador que, comparado con otras mediciones, revelaría la forma de la Tierra. Sin embargo, lo que desde los lejanos gabinetes científicos de París y Madrid parecía un sencillo ejercicio científico, se vio casi inmediatamente empañado por una serie de catástrofes imprevistas, y los expedicionarios vieron su misión amenazada por un terreno tan exigente como son la cordillera de los Andes o las selvas ecuatoriales, una población nativa profundamente recelosa y su propia arrogancia. La medida de la Tierra es un apasionante relato que entreteje aventura, historia política y ciencia, para narrar la mayor expedición científica de la Ilustración a través de los ojos de los hombres que la llevaron a cabo, pioneros que superaron tremendas adversidades con el objetivo de discernir la forma de nuestro mundo y sentar, además, los cimientos para la cooperación científica a escala mundial.
Testigo de excepción de los acontecimientos cruciales de finales del siglo xx y principios del xxi, Jon Lee Anderson es el célebre reportero de The New Yorker cuyas crónicas fundamentales reunimos por primera vez, en dos volúmenes, en el sello Debate. Este primer tomo, dedicado a las guerras y los conflictos de Asia, Oriente Medio, África y Latinoamérica, así como al análisis de las esferas de la política y el poder, conforma una ambiciosa introducción tanto a los grandes temas geopolíticos que han marcado las últimas cinco décadas como una completísima muestra de la carrera periodística del autor.
Considerado el heredero natural de Ryszard Kapuciski, los reportajes de Jon Lee Anderson, además de mostrar una brillante dimensión literaria, son un fascinante reflejo del clima sociopolítico de nuestra época, pero también el valioso testimonio de un periodista comprometido con la verdad y dispuesto a participar en la historia.