Una obra total sobre la experiencia de la guerra.
El aclamado historiador Antony Beevor vuelve a maravillarnos con su narración del Día D. Tras largos años de trabajo en archivos que sus predecesores no pudieron consultar (más de treinta, en media docena de países), ha escrito lo que nos parece una obra total sobre la experiencia de la guerra: los preparativos de la invasión de Normandía por las fuerzas aliadas, la disciplinada resistencia de los soldados alemanes, el enfrentamiento, terrible, en las cabezas de playa, el penoso avance en territorio francés con batallas tan eras como las que se libraban en el frente oriental, el calvario de los civiles franceses masacrados por ambos bandos, las miserables disensiones entre los jefes militares, o la visión, casi insoportable, de la exacción más terrible de la guerra: los heridos, los desnudos y los muertos.
La madrugada del 12 de octubre de 1984 cambió la historia del Reino Unido para siempre. Es el último día del Congreso del Partido Conservador británico, celebrado en el Grand Hotel de Brighton y Margaret Thatcher se encuentra ultimando su discurso cuando una bomba estalla cinco pisos por encima destruyendo toda la parte central del edificio. Decenas de heridos, cinco muertos y ni un rasguño para la Dama de Hierro, que salió por su propio pie del edificio más determinada que nunca a no dejarse intimidar por los embates del IRA.
Con una escritura propia de los thrillers históricos, Rory Carroll esclarece la mayor conspiración para decapitar el Estado británico y su Corona. El reputado periodista describe la planificación del atentado, el papel de los servicios secretos y la resolución de un caso que aún hoy día sigue removiendo las entrañas de la sociedad inglesa.
Berlín, 1945. El Oficial de Control de Narcóticos Arthur J. Giuliani llega del sector estadounidense de la ciudad con la tarea de restablecer el orden en las calles de la antigua capital del Reich. Por todas partes son aún visibles las heridas abiertas por las bombas británicas, americanas y rusas, y en este paisaje desolador cada vez más gente recurre al uso de sustancias psicoactivas. Si hasta hace poco habían sido los estimulantes y los sedantes los que habían enfrentado a la sociedad con el problema de su regulación, en 1943 apareció en escena un nuevo tipo de droga, los alucinógenos, cuando el joven químico Albert Hofmann descubrió accidentalmente el LSD en los laboratorios de Sandoz en Basilea.
Cinco años más tarde, el Dr. Henry Beecher, profesor de Harvard, empezó a trabajar con el gobierno estadounidense para investigar el uso que los nazis hacían primero de la mescalina y luego del LSD como "suero de la verdad". Esta investigación allanó el camino a la mayor operación de inteligencia estadounidense para estudiar técnicas de control mental: MKULTRA, el infame programa de experimentos llevado a cabo por la CIA en los años 50 y 60, que utilizó LSD y métodos de tortura y manipulación mental para extraer confesiones. MKULTRA, que se creó con el objetivo de aniquilar a los enemigos comunistas de Estados Unidos y luego para imponer la manipulación masiva de la conciencia a toda una generación de estadounidenses, acabaría configurando la política antidroga estadounidense durante más de medio siglo.
A comienzos del siglo xx, Rusia era un enorme imperio que se extendía desde Polonia, Ucrania y Bielorrusia en Occidente hasta el océano Pacífico en el Lejano Oriente. Al frente de este inmenso país estaba el zar Nicolás II, cuya dinastía, los Románov, había gobernado en Rusia desde principios del siglo xvii con una mezcla letal de crueldad hacia sus súbditos, expansionismo colonial e incompetencia reaccionaria.
En 1917, la Primera Guerra Mundial exacerbó las tensiones en Rusia. En marzo, Nicolás II abdicó y el gobierno provisional que ocupó su lugar para organizar unas elecciones democráticas duró solo ocho caóticos meses antes de que los bolcheviques de Lenin lo derrocaran. En La Revolución rusa, el prestigioso historiador Victor Sebestyen narra los apasionantes acontecimientos que, entre 1917 y 1924, llevaron a la fundación de la Unión Soviética.
Exquisitamente documentado, lujosamente ilustrado y repleto de personajes clave como Lenin, Trotski o Stalin, y de episodios dramáticos como el fusilamiento de la familia real o la rebelión de los marinos de Kronstadt, La Revolución rusa es una obra imprescindible para comprender unos acontecimientos que cambiaron el rumbo de la historia y siguen influyendo en nuestro presente.
Desde el Gran Juego entre los imperios ruso y británico hasta nuestros días
Afganistán es un país envuelto en una maraña de estereotipos y prejuicios que lo hacen único entre el resto de naciones. Este libro explora el complejo proceso de formación del Estado a finales del siglo XIX, utilizando tango fuentes de locales como inglesas, con una profunda mirada a las narraciones históricas y expediciones científicas de la época.
Desde los escritos de historiadores afganos Faiz Katib y Mohamed Shah hasta las vastas recopilaciones de James Mill o las memorias de expediciones como la de Monstuart Elphinstone, estas páginas ofrecen una visión integral del desarrollo político y militar del país. Las biografías de figuras clave como el emir Abdur Rahman Khan, así como las memorias de militares y mujeres como Lady Sale, proporcionan una comprensión detallada de los eventos que moldearon la nación.
La obra también destaca la influencia del poder británico y ruso en la configuración de Afganistán como «estado tapón», y cómo el emir Abdur Rahman Khan consolidó su poder mediante un régimen de represión y terror, apoyado en una red de espionaje y tortura, con la ayuda de modernas fábricas de armas británicas y dependiente de la financiación británica debido a su incapacidad para generar ingresos internos.
Finalmente, se analizan los intentos fallidos de modernización de Afganistán bajo distintos regímenes, todos impulsados desde el exterior, y cómo los elementos estructurales y la influencia de la religión islámica siguen presentes en la sociedad afgana actual. Es una lectura esencial para comprender las raíces y los desafíos actuales de un país cuya historia es tan compleja como su geografía
¿Sabías que el primer rey cruzado que llegó a Jerusalén fue el vikingo Sigurd de Noruega? ¿Que Leonor de Aquitania fue la primera mujer en embarcarse en una cruzada? ¿Que la secta de los asesinos trató tres veces de acabar con la vida del mismo Saladino? ¿Que san Francisco de Asís se presentó ante el sultán de Egipto para convencerlo de que se convirtiera al cristianismo y logró una tregua en plena quinta cruzada? ¿O que el emperador Federico II recuperó Jerusalén sin disparar una sola flecha y después de ser excomulgado por el papa Gregorio IX?
Concebidas como un peregrinaje armado en nombre de Dios, las cruzadas constituyen un acontecimiento decisivo en la Edad Media cuya memoria y debate siguen estando de plena actualidad hoy en día. El adjetivo «cruzado» se continúa utilizando entre los combatientes del autodenominado Estado Islámico para referirse a Occidente, casi mil años después, y su influjo y fascinación es objeto de estudio, investigación e interés por parte de historiadores, amantes de la historia y lectores aficionados a las leyendas y enigmas que adornan a sus protagonistas.
Desde la llamada incandescente de Urbano II a tomar la cruz en 1095 hasta la sangrienta caída de San Juan de Acre en 1291, las expediciones religioso-militares de los llamados cruzados están llenas de episodios singulares y casi siempre crueles, pero también revelan actos de piedad y admiración mutua, como la que mantuvieron Ricardo Corazón de León y Saladino mientras se enfrentaban con toda la dureza posible.