Es sabido que la Alemania nazi asesinó cerca de seis millones de judíos. Lo que no lo es tanto es que, junto al horror del Holocausto, los regímenes de Hitler y de Stalin asesinaron a otros ocho millones de civiles, la mayoría mujeres, niños y ancianos, solo en lo que Timothy Snyder denomina las «Tierras de Sangre».
Se suele identificar el horror del siglo xx con los campos de concentración. Sin embargo, la mayoría de las víctimas del nacionalsocialismo y del estalinismo nunca vio un campo de concentración ni de exterminio. Del mismo modo, los asesinatos en masa en Europa suelen asociarse con la muerte en cámaras de gas. Pero no fue el gas el método más empleado. Más de siete millones de civiles y prisioneros de guerra murieron porque se les negó la comida.
Por primera vez, el historiador Timothy Snyder describe en este libro la amplitud del horror que supuso el asesinato de catorce millones de ciudadanos europeos en solo doce años, los que van desde 1933 a 1945. El presente estudio implica aspectos militares, políticos, económicos, sociales, culturales e intelectuales, y se basa en la extensa documentación aparecida con la apertura de los archivos de la Europa oriental y los testimonios de las víctimas y de algunos verdugos.
Las Tierras de sangre no son un territorio político real o imaginario: son simplemente los lugares donde los regímenes políticos de Europa realizaron su obra más mortífera.
Ibn Jaldún (1332-1406) “concibió y formuló una filosofía de la historia que posiblemente sea la obra más grande que jamás haya sido creada por una mente en cualquier momento y en cualquier país”. (Arnold Toynbee). Este historiador tunecino descubrió mecanismos sociales que se aplican a todas las civilizaciones. ¿Por qué sus ideas son ignoradas fuera de un pequeño círculo de especialistas? Sin duda porque perturban a muchos gobernantes.
Los imperios nacen cuando se forma una bolsa de prosperidad. Una población que se desarrolla atrae la codicia de los bárbaros que la rodean. Los productores y comerciantes no pueden competir militarmente con guerreros. Por tanto, son invadidos y sometidos. El guerrero adopta los modales más refinados de los conquistados e impone su organización social. Entonces puede confiar en la riqueza adquirida para fortalecerse, expandir sus conquistas y, salvo accidente, terminar creando un imperio.
Los ejércitos deben crecer para ocupar territorios cada vez más extensos mientras la población de la capital se multiplica por la absorción de las "élites" de los pueblos conquistados. El imperio se hace más rico, pero sus costes aumentan aún más rápido. El conjunto se derrumba bajo la presión externa cuando se debe reducir el gasto militar o bajo presión interna si se reduce el gasto social.
Entre la caída del Muro de Berlín y el atentado de las Torres Gemelas hubo un periodo en la historia que quienes lo vivieron creen recordar bien, porque no parece quedar tan lejos, y creen recordar sin nostalgia, porque no parece que pasara gran cosa. Para esas personas —los boomers y los integrantes de la Generación X—, los noventa son poco más que la época en la que Bill Clinton tuvo una aventura con una becaria e internet empezó a cambiar nuestras vidas.
Pero del inicio de esa década han pasado más de treinta años, muchos de los fenómenos que la protagonizaron se han desdibujado en el recuerdo y apenas somos conscientes del giro copernicano que significó todo lo ocurrido en esos años. Tampoco de la evolución cultural que supone haber pasado de la apatía que reinaba en los noventa a una era como la actual, en la que las redes sociales han convertido a las personas en marcas.
En República mortal, el premiado historiador Edward J. Watts presenta una nueva historia de la caída de la República de Roma que explica por qué los ciudadanos romanos cambiaron la libertad por la dictadura. Durante siglos, al tiempo que Roma se convertía en la principal potencia militar y política del Mediterráneo, sus instituciones de gobierno, reglas parlamentarias y tradiciones políticas lograron fomentar la negociación y el compromiso. Sin embargo, a partir del año 130 a.C., dirigentes romanos como Sila, Pompeyo, Marco Antonio o Julio César empezaron a usar cada vez más las instituciones para buscar el lucro individual y obstaculizar a sus rivales, hasta que los enfrentamientos entre los políticos dieron paso a la violencia política en las calles. El terreno estaba abonado para unas guerras civiles destructivas y, al final, el reinado imperial de Augusto. Por encima de todo, la República romana enseña a los ciudadanos de nuestros días los peligros de consentir la obstrucción política y coquetear con la violencia. La historia de Roma demuestra con claridad que, cuando los ciudadanos miran hacia otro lado para no ver que sus dirigentes tienen comportamientos corrosivos, su república está en peligro de muerte.
Biografía del que fue presidente del Gobierno de España entre 1976 y 1981, el primer presidente democráticotras la dictadura del general Franco, una figura clave de la transición democrática española. Suárez legalizó lospartidos socialista y comunista, amén de los diferentes sindicatos existentes en la época. Fundó Unión de CentroDemocrático (UCD), partido que aglutinaba las fuerzas democristianas y socialdemócratas del país. Al frente de estegrupo político ganó las elecciones de 1977. Tras diversas negociaciones, consiguió que se aprobara en referéndum laConstitución. En 1981 presentó su dimisión como jefe del ejecutivo y Leopoldo Calvo Sotelo le sucedió al frente delGobierno.
Una obra total sobre la experiencia de la guerra.
El aclamado historiador Antony Beevor vuelve a maravillarnos con su narración del Día D. Tras largos años de trabajo en archivos que sus predecesores no pudieron consultar (más de treinta, en media docena de países), ha escrito lo que nos parece una obra total sobre la experiencia de la guerra: los preparativos de la invasión de Normandía por las fuerzas aliadas, la disciplinada resistencia de los soldados alemanes, el enfrentamiento, terrible, en las cabezas de playa, el penoso avance en territorio francés con batallas tan eras como las que se libraban en el frente oriental, el calvario de los civiles franceses masacrados por ambos bandos, las miserables disensiones entre los jefes militares, o la visión, casi insoportable, de la exacción más terrible de la guerra: los heridos, los desnudos y los muertos.