Con la economía mundial al borde del colapso, solo una persona puede evitar la destrucción de los estados y la creación de un Gobierno Único... pero acaba de ser asesinada.
Con un ritmo trepidante, el autor de nos lleva desde los oscuros recovecos del poder mundial hasta las cloacas de los servicios de inteligencia. Octopus, la organización secreta más poderosa del mundo, lucha sin reglas para recuperar los códigos de las cuentas secretas donde escondía miles de millones. Mientras tanto, el presidente de Estados Unidos busca desesperadamente ese dinero para salvar la economía mundial del caos.
En Conspiración Octopus, Daniel Estulin utiliza los extraordinarios descubrimientos de sus años de periodista para ofrecernos un thriller que te dejará sin aliento.
La mayor parte de lo que estás a punto de leer existe y es real en un universo paralelo de humo y espejos.
Hoy asistimos a un proceso deconstituyente del derecho y de los sistemas políticos. En el plano internacional por la rehabilitación de la guerra como medio de solución de los conflictos y por el desarrollo de poderes económicos desregulados y salvajes. En el de la Unión Europea, por las políticas antisociales impuestas por estos y por la pérdida de credibilidad del proceso de integración. Y en el de las democracias nacionales, debido a la crisis de la representación y a la expulsión de los principios constitucionales del ámbito de la política. Frente a la idea dominante en el debate de que no existe una alternativa a tales procesos, el autor propone una respuesta racional y practicable, consistente en la expansión del paradigma constitucional a todos los poderes, públicos y privados; en garantía de todos los derechos, de libertad y sociales; y a todos los niveles, el estatal y también el supraestatal. Y entiende que es una respuesta realista, pues lo que carece de realismo es confiar en que tal estado de cosas pueda mantenerse sin abocar a la humanidad a un desenlace catastrófico.
Muchos de los fantasmas que en la actualidad acechan a la democracia se sustentan en una falsa premisa, la que sostiene que si el pueblo gobierna es que todo lo puede, pues si todas las leyes emanan de la voluntad popular, ésta no puede someterse a ley alguna. El problema es que «pueblo» y «voluntad popular» son abstracciones que solo pueden concretarse y volverse inteligibles mediante reglas. Pueblo no es sinónimo de muchedumbre y su voz es lo contrario del ruido de voces superpuestas; por eso el sujeto soberano es una creación jurídica que expresa su voluntad mediante un discurso que no es la voz de nadie en particular, sino la transposición mediante reglas de todas las voces. Claro que las reglas que definen qué es el pueblo no pueden precederlo a riesgo de negarlo, pues la soberanía rechaza imposiciones extrínsecas.