Verdadera acta fundacional de una nueva época del pensamiento, en el Discurso del método, primer escrito publicado por René Descartes (1596-1650), se forjan los tópicos en torno a los cuales girará la reflexión filosófica hasta que la Modernidad entre en una crisis definitiva. La presente edición trilingüe incorpora una selección de la correspondencia de Descartes sobre el Discurso así como el texto polémico de Pierre Petit, uno de los llamados libertinos eruditos, en torno a la idea de Dios.
El discurso del método es un referente inescapable de la filosofía moderna. El Discurso del método vio la luz en 1637 bajo anonimato. Habían transcurrido cuatro años desde la condena de Galileo. Descartes, tal vez guiado por la prudencia y por enfatizar su voluntad de diálogo, se inclinó por proponer un discurso en lugar de un tratado. En esta obra, la más célebre del filósofo francés y en la que aparece la famosa frase «pienso, luego existo», desarrolla un método inspirado en sus trabajos científicos y basado en la duda sistemática, que le permitió establecer las bases del conocimiento. El resultado es uno de los libros más importantes de la de la historia del pensamiento occidental, que supuso un punto de inflexión en la ciencia y la filosofía moderna. La presente edición está a cargo de María Ramon Cubells, profesora titular en la Universidad Rovira i Virgili y experta en filosofía moderna. Además de la magnífica introducción que nos adentra en una de las obras cruciales del pensamiento, también ha desarrollado un aparato de notas que complementan y enriquecen la lectura.
El hombre es un ser temporal, pero participa de la eternidad y es constantemente educado por ella. Los discursos reunidos en este volumen meditan sobre algunas de las principales enseñanzas que lo eterno -o sea, el bien- imparte al hombre. Estas enseñanzas han de ser creídas, pues lo eterno no se deja atrapar en las redes del entendimiento humano. Dicho con la maravillosa imagen empleada aquí por Kierkegaard: El bien enseña al que se esfuerza, le ayuda, pero sólo como lo hace la madre amorosa cuando enseña al niño a andar solo: la madre está a una distancia tal que en realidad no puede cogerlo, pero tan pronto como este se tambalea, ella se inclina rápidamente como si lo fuera a agarrar.