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LAS 50 LEYES DEL PODER EN EL PADRINO

Una lectura adictiva sobre el poder en la sociedad actual. Lo más cercano a contar con Vito Corleone susurrándote al oído unas cuantas lecciones de vida. El poder está en la política... pero mucho menos de lo que parece. «La posición es más importante que las piezas», reza la ley 48 de El Padrino. La partida del poder se juega a diario en el trabajo, con los amigos, en el amor, en la relaciones con nuestros hijos o con nuestros padres. Si no sabes de poder, si eres analfabeto en la materia —nos advierte el autor— tu desgracia está cerca, pues el poder es la piedra filosofal de la vida en sociedad. Pero vivimos una época que denosta el poder como gesto ético y que cree que el bien puede prosperar al margen del poder. Podemos seguir la senda de ese error o apostar por conocer las leyes que rigen esta fuerza ubicua, universal y sublime. El Príncipe de Maquiavelo ilustró con incomparable maestría las leyes del poder en el Renacimiento. Mario Puzo y Francis F. Coppola han hecho otro tanto en nuestro tiempo presente. Las leyes del poder están en El Padrino, en la novela y las películas. Solo hay que organizar lo que está en estas obras y una claridad sorprendente nos ayudará a iniciar el camino de comprender las leyes del poder: reveladas como las de Moisés, inequívocas como las de Newton, crudas como las de Hammurabi.
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LAS ABANDONADORAS

«¿Qué clase de madre abandona a su hijo?» La frase tiene algo de bíblico y podría haberla pronunciado casi cualquiera en cualquier momento de la historia. También ahora, cuando nos replanteamos todos los matices políticos de la maternidad. Estamos programados para entender y perdonar que una mujer se separe de sus hijos por pura supervivencia material, pero una vez subimos un par de peldaños en la escala de necesidades la cosa se vuelve moralmente más brumosa. A raíz de una inquietud personal, casi una obsesión, por las madres abandonadoras, Begoña Gómez Urzaiz se acerca a este fenómeno con una mezcla bien trabada de reflexiones propias en torno a la culpa, la crianza competitiva y la madre como sujeto creativo. Ahí aparecen los relatos biográficos de mujeres reales y de ficción que vivieron maternidades turbulentas y maternidades límite. Muriel Spark, Doris Lessing, Ingrid Bergman, Mercè Rodoreda, Maria Montessori, Gala Dalí, Joni Mitchell y también Anna Karenina, Nora Helmer y la Carol de Patricia Highsmith tienen en común haberse separado de sus hijos. De todas ellas, seguro, alguien dijo: «¡Qué clase de madre...!».
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LAS ARTERIAS DEL MUNDO

Los ríos siempre han estado ahí, junto a nosotros, frente a nosotros, incluso, como escribiera T. S. Eliot, dentro de nosotros. Quizá no somos ellos, pero sí somos en ellos. Nos han servido de caminos y de fronteras; han saciado nuestra sed y se han teñido con nuestra sangre; han movido nuestras máquinas y destruido nuestras cosechas y nuestros hogares; nos han traído la abundancia y la escasez; los hemos venerado como dioses y maltratado como esclavos; remontando sus aguas todavía salvajes, hemos viajado hacia lo desconocido, y, en la distancia, sus hermanos de las estrellas nos invitan ahora a que lo hagamos de nuevo a través de la inmensidad del espacio. Aprendimos a cultivar la tierra y apacentar rebaños, a moldear la arcilla, tejer cestos y forjar metales; construimos ciudades, acueductos y puentes; embridamos sus aguas rebeldes con canales y presas; las usamos para regar nuestros campos y mover las inmensas turbinas de nuestras centrales hidroeléctricas, y dimos en pensar que todo cuanto nos rodeaba, por supuesto, también ellos, debía estar a nuestro servicio. Pero, como el audaz aprendiz de brujo del poema de Goethe, que osa manipular fuerzas cuya naturaleza desconoce, les hemos causado un daño que quizá ya no seamos capaces de reparar, y, al hacerlo, nos hemos dañado a nosotros mismos. Como el titán Prometeo, robamos un día el fuego de los dioses, creyendo ser dignos de su poder, y se nos castiga por ello. Hemos contraído, pues, una enorme deuda de gratitud con los ríos y les debemos también una reparación. Podemos cuidarlos mejor desde ahora. Pero debemos también reconocer su papel en nuestra historia. Este libro trata de hacer eso: explorar un nuevo camino, abordando el pasado desde una perspectiva que nunca se había adoptado, situando a los ríos en el centro de los procesos históricos y reflexionando sobre el papel que han desempeñado en ellos.
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