LA TRANSICIÓN DEL ANTIGUO RÉGIMEN A UN ESTADO MODERNO CIMENTADO EN UNA CONSTITUCIÓN.
Este periodo crucial supuso la transición de un Estado basado en el Antiguo Régimen a uno moderno, cimentado en una Constitución que definiera la soberanía, los derechos individuales y la separación de poderes, creando un marco armónico y aceptable para todas las familias políticas.
El proceso, sin embargo, no estuvo exento de complicaciones. La discrepancia en los medios para establecer este nuevo orden, ya fuera mediante la revolución o la reforma, y la dificultad de equilibrar la libertad como motor de progreso con la necesidad de un Estado fuerte, añadieron capas de complejidad. Jorge Vilches, con su claridad y rigor, nos ofrece una visión detallada de esta situación, revelando cómo emergieron dos campos bien definidos: los conservadores, que priorizaban el orden como condición indispensable para las libertades, abogando por reformas viables; y los liberales, que veneraban la revolución como herramienta para cambiar el país en nombre del pueblo, en detrimento de los elementos «reaccionarios», y que demandaban un gobierno revolucionario exclusivo.
El historiador francés Yves Pourcher, ganador del prestigioso Premio Jules Michelet, ha exhumado archivos y bibliotecas, ha revisado los testimonios y la correspondencia que revelan cómo fue la posguerra de los colaboracionistas, sus jefes y sus subordinados, las celebridades y los personajes anónimos.
«El dios que fracasó» es una obra clásica, un documento esencial de la Guerra Fría, que reúne los testimonios de algunos de los escritores más importantes del siglo xx acerca de su fascinación por el comunismo y su posterior desilusión.
El premio Nobel francés André Gide; el poeta y narrador afroamericano Richard Wright, autor de Hijo de esta tierra, uno de los relatos más crudos sobre el racismo en su país; el luchador antifascista y novelista italiano Ignazio Silone; el poeta británico Stephen Spender; el narrador y ensayista Arthur Koestler, y el periodista estadounidense Louis Fischer, biógrafo de Lenin y Gandhi, cuentan cómo la búsqueda de un mundo mejor y el rechazo a las injusticias del capitalismo los llevó a abrazar el comunismo como una nueva religión, defendiéndola con el celo del converso.
Cada uno de ellos fue descubriendo, más tarde, la verdadera naturaleza del credo político al que habían consagrado su fe. Aquel amor inicial se transformó en rechazo y horror al descubrir que, tras los bellos ideales, se escondían crímenes atroces y retrocesos enormes en las libertades, de los que habían sido cómplices involuntarios. Sin abandonar la preocupación por la justicia, sus relatos apóstatas nos ayudan a entender la mentalidad fanática que puede carcomer una sociedad.
«Justificar la mentira, la deshonestidad o el crimen, compartir una fe gregaria y estar en posesión de la única verdad me parecen elementos totalitarios que no han variado ni un milímetro desde 1950. Incluso entre tanta gente que se cree demócrata». Félix de Azúa