Desde tiempos remotos, los japoneses han percibido su realidad como el lugar donde moran los kami: divinidades de la naturaleza como las montañas, los ríos o los árboles o espíritus de la tierra o de las profesiones, de los héroes o de los ancestros. A esta visión, heredada del sintoísmo, la religión autóctona de Japón, se han ido superponiendo armónicamente nuevas ideas provenientes de las tradiciones chinas e hindúes e incluso Occidentales, que han ido configurando el particular imaginario japonés, un universo extraordinario habitado por seres fantásticos únicos y criaturas sobrenaturales de lo más insólito.
La crónica negra es un retrato de la sociedad a través de los sucesos que la estremecen. Confluyen en ella nuestros miedos y nuestras pasiones, lo mejor y lo peor de cada uno, nuestras grandezas y nuestras miserias. Pero ¿por qué sentimos esta atracción universal por conocer el detalle de las tragedias humanas? Porque son el puro reflejo de una realidad que no vemos tan lejana y, aunque nos haga sentir incómodos, en el fondo también nos reconocemos en ella. Como apuntan los autores en su introducción: «En la vida y en la muerte hay más preguntas que respuestas, más dudas que certezas. Y el ansia de conocimiento del ser humano, impulsado por el instinto de supervivencia, le lleva a buscar con avidez las claves para descifrar el hechizo y para descubrir, si los hay, los límites de cada uno de nosotros».
Las imágenes generadas por el poder utilizan determinados motivos visuales bajo los cuales se oculta una suma de protocolos interesados que les proporciona su auténtico sentido. Ante esta constatación, los cuarenta capítulos y las dos adendas que conforman El poder en escena responden a la necesidad de ejercer de rastreadores de estos iconos de la esfera pública para descifrar así la naturaleza de estas imágenes que parecen rutinarias y espontáneas, y ante las cuales no solemos interrogarnos. Solo con hacerlo y detenernos en cada motivo para nombrarlo, ya se da un paso decisivo para reconocer su sesgo ideológico. Esos motivos visuales se generan desde el campo de la política, quizá los más notorios por su voluntad propagandística; desde la economía, siempre basados en la ocultación de su poder real; del poder judicial, otro ámbito donde la opacidad es norma; de los cuerpos policiales, que construyen motivos de aparente objetividad; o de algunos rituales sociales que se repiten de manera insistente y enigmática. El hecho de ahondar en los orígenes iconográficos de cada motivo –en el cine, la pintura, la fotografía o la arquitectura y sus posteriores ramificaciones– nos permite cuestionar las formas visuales que los distintos ámbitos de poder utilizan para autorrepresentarse. Y al mismo tiempo sirve para preguntarnos por la génesis y evolución de estas formas, dar testimonio de su falsa transparencia y devolver así una mirada crítica e irónica ante el poder que las genera.
Descubre todos los secretos detrás de los procesos de negociación del gobierno ruso.
La negociación es un proceso en el que estamos inmersos a diario en todos los ámbitos de nuestra vida, tanto personal como profesional. ¿Qué pasa cuando nos encontramos con alguien que nunca se rinde? ¿Cómo podemos defendernos frente a un manipulador? ¿Cómo decimos «no» sin poner en riesgo un acuerdo?
Cuenta la leyenda que la escuela de negociación del Kremlin nació en 1920, bajo el poder de Iósif Stalin, y que a día de hoy tiene aún millones de seguidores. Habiendo formado parte del cuerpo diplomático ruso y tras una dilatada experiencia en el mundo del management, Igor Ryzov nos ofrece una guía exhaustiva con las técnicas más efectivas para conseguir acuerdos que satisfagan a todas partes: desde saber cómo obtener la mejor información hasta cómo interpretar al otro.
Una lóbrega tarde de noviembre de 1862, un rústico féretro recibía sepultura en medio de un escalofriante silencio, sin lamentos ni panegíricos por orden expresa del comisionado británico: «No debe quedar rastro que distinga el lugar donde descansen los restos del último mogol». El cadáver que ocupaba el ataúd era el de Bahadur Shah Zafar II, uno de los monarcas más tolerantes y gentiles de una extraordinaria dinastía que se vio al frente de un violento alzamiento, el motín de la India, condenado de antemano al fracaso. El sangriento sitio de Delhi, el Stalingrado del Raj, será su fin, el ocaso de su dinastía y el fin de una cultura incomparable.
Bahadur Shah Zafar II, el último emperador mogol por cuyas venas corría la sangre de Tamerlán y Gengis Khan, fue un místico, un gran poeta y un hábil calígrafo que, aunque privado del poder político real por la Compañía de las Indias Orientales, se rodeó de una brillante corte y presidió uno de los grandes renacimientos culturales de la historia de la India. En 1857, fue la bendición de Zafar a la rebelión de los cipayos de la Compañía la que transformó lo que en principio parecía un simple motín en el levantamiento más grande que el Imperio británico tuviese jamás que sofocar. El libro El último mogol. El ocaso de los emperadores de la India es un retrato de la deslumbrante Delhi que Zafar personificaba, la historia de los últimos días de la gran capital mogola y de su destrucción final en la catástrofe de 1857.
Existen problemas globales que no forman parte de la agenda política de los gobiernos nacionales, aunque de su solución dependa la supervivencia de la humanidad: el calentamiento global, las amenazas a la paz mundial, el crecimiento de las desigualdades, la muerte de millones de personas todos los años por falta de agua potable, de alimentación básica y de fármacos esenciales, o las masas de migrantes que huyen de las condiciones de miseria y degradación de sus países.
Pero estas tragedias no son fenómenos naturales, ni tampoco simples injusticias. Por el contrario, son violaciones masivas de los derechos fundamentales estipulados en las diversas cartas constitucionales vigentes, tanto nacionales como supranacionales. La humanidad se encuentra hoy ante una encrucijada de la historia, seguramente la más dramática y decisiva: sufrir y sucumbir a las múltiples catástrofes y emergencias globales, o bien hacerles frente, oponiéndoles la construcción de idóneas garantías constitucionales a escala planetaria, proyectadas por la razón jurídica y política.
Solo una Constitución de la Tierra que introduzca un demanio planetario para la tutela de los bienes vitales de la naturaleza, prohíba todas las armas como bienes ilícitos, comenzando por las nucleares, e introduzca un fisco e instituciones idóneas globales de garantía en defensa de los derechos de libertad y en actuación de los derechos sociales puede realizar el universalismo de los derechos humanos. El proyecto de una Constitución de la Tierra no es una hipótesis utópica, sino la única respuesta racional y realista capaz de limitar los poderes salvajes de los estados y los mercados en beneficio de la habitabilidad del planeta y de la supervivencia de la humanidad.
Es sabido que la Alemania nazi asesinó cerca de seis millones de judíos. Lo que no lo es tanto es que, junto al horror del Holocausto, los regímenes de Hitler y de Stalin asesinaron a otros ocho millones de civiles, la mayoría mujeres, niños y ancianos, solo en lo que Timothy Snyder denomina las «Tierras de Sangre».
Se suele identificar el horror del siglo xx con los campos de concentración. Sin embargo, la mayoría de las víctimas del nacionalsocialismo y del estalinismo nunca vio un campo de concentración ni de exterminio. Del mismo modo, los asesinatos en masa en Europa suelen asociarse con la muerte en cámaras de gas. Pero no fue el gas el método más empleado. Más de siete millones de civiles y prisioneros de guerra murieron porque se les negó la comida.
Por primera vez, el historiador Timothy Snyder describe en este libro la amplitud del horror que supuso el asesinato de catorce millones de ciudadanos europeos en solo doce años, los que van desde 1933 a 1945. El presente estudio implica aspectos militares, políticos, económicos, sociales, culturales e intelectuales, y se basa en la extensa documentación aparecida con la apertura de los archivos de la Europa oriental y los testimonios de las víctimas y de algunos verdugos.
Las Tierras de sangre no son un territorio político real o imaginario: son simplemente los lugares donde los regímenes políticos de Europa realizaron su obra más mortífera.