"Un tiempo ilimitado contiene la misma cantidad de placer que uno limitado,
cuando los límites de los placeres se evalúan mediante el razonamiento."
Son muy escasos los textos de Epicuro que han llegado hasta nuestros días; sin embargo, El arte de la felicidad contiene los puntos capitales de su filosofía -contenidos en tres Cartas: Carta a Heródoto, Carta a Pítocles y Carta a Meneceo-, que versa sobre temas tan esenciales como el fin último en la tierra, la esencia del alma o la composición del átomo. La última carta, dirigida a Meneceo, es la más célebre por desarrollar principios de la ética epicúrea como el de la imperturbabilidad o ataraxia, así como una guía de vida filosófica orientada a lograr la felicidad.
Esta edición cuenta, además de una cuidada nueva traducción de José María Zamora, una brillante introducción, también a su cargo, acerca de la vigencia de esta corriente filosófica, que sigue siendo una fuente de inspiración, por ofrecer una perspectiva atemporal, para vivir una vida feliz y serena.
Fue en Eichmann en Jerusalén donde Hannah Arendt empleó por vez primera la expresión «la banalidad del mal». Su consternación ante el hecho de que un hombre que no era un monstruo pudiera actuar como agente del mal más extremo fue objeto de burla, indignación e incomprensión. La tormenta provocada por esa controversia indujo a Arendt a abordar nuevamente las cuestiones e inquietudes fundamentales suscitadas en torno a la naturaleza del mal y la elección moral. Responsabilidad y juicio reúne una serie de escritos correspondientes a la última década de la vida de Arendt, cuando se esforzaba por explicar el sentido de Eichmann en Jerusalén.
El núcleo de este libro es una profunda investigación ética: «Algunas cuestiones de filosofía moral»; en él Arendt aborda la insuficiencia de las verdades morales tradicionales como normas para juzgar lo que somos capaces de hacer y examina desde una nueva óptica nuestra capacidad para distinguir el bien del mal. Y lo justo de injusto. Vemos allí cómo Arendt viene a darse cuenta de que, junto al mal radical del que se había ocupado en anteriores análisis del totalitarismo, existe una forma más perniciosa de mal cuya ejecución no tiene límites cuando el que lo comete no siente remordimientos y es capaz de olvidar sus actos rápidamente.
En estas páginas, Diego S. Garrocho no arma una defensa de la prudencia ni de las buenas maneras en política, sino la constatación de cómo en un contexto atravesado por irracionales identitarismos y juegos de posición, la moderación es, sobre todo, un acto de valentía.