«Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído», decía Borges. Y es que los buenos libros nos transforman; un pasaje, por breve que sea, puede despertar la curiosidad del lector y animarlo a leer una obra que cambie su vida para siempre. He ahí el poder de la literatura, que no sólo nos abre horizontes, sino que deposita en nosotros, de manera lenta pero constante, la clave para entender la vida. Llevado por esta idea, Nuccio Ordine nos invita a descubrir o recordar a algunos de los clásicos de todos los tiempos, maestros de innumerables generaciones: Platón, Rabelais, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Rilke? Pues para el autor la enseñanza, la educación, constituyen una forma de resistencia las omnipresentes leyes del mercado, a la mercantilización de nuestras vidas, al temible pensamiento único.
Los mecanismos de censura específicos de la RDA fueron el marco condicionante de una literatura audaz y comprometida, que se nutría en buena medida de la tensión con su contexto. La República Democrática Alemana (RDA), el efímero país nacido de la partición del Reich tras la Segunda Guerra Mundial, ha quedado en el imaginario colectivo como un ejemplo de censura política y social. Ahora bien, el presente ensayo se centrará en analizar la práctica de esa censura en el ámbito de la literatura de ficción y cómo esta se desenvolvió bajo tales condiciones. Ibon Zubiaur reconstruye la historia de este sistema político y la complementa con la visión de los protagonistas a través de sus cartas, diarios y memorias. Además de un certero análisis histórico del surgimiento, consolidación y final del sistema de censura, selecciona y analiza algunas novelas ―de autores como Fritz Rudolf Fries, Alfred Wellm, Stefan Heym, Brigitte Reimann, Volker Braun, Christoph Hein, entre otros― que ilustran la disparidad de suertes que podía correr un libro en esas épocas.
Cuestionarse el derecho a opinar en pleno siglo XXI y asumir que una parte de la población se crea con derecho de callar otra es un peligro. El diálogo, incluso entre posiciones opuestas, es la base de cualquier convivencia democrática, algo que parece olvidarse en un entorno social y cultural en el que abundan las verdades absolutas. ¿Hay que seguir viendo Lo que el viento se llevó, o la eliminamos de todas las filmotecas por racista? ¿Es Lolita una obra maestra de la literatura o prohibimos a Navokov por pedófilo? ¿Perseguimos a J.K. Rowling, autora de Harry Potter, por su opinión sobre lo que es una mujer? ¿Quemamos los cómics de Tintín en aras de una defensa a los pueblos colonizados por los europeos? ¿Debe censurarse una atracción de Blancanieves en un parque temático porque recibe un beso no consensuado del príncipe? ¿Puede un cocinero blanco cocinar un guiso chino o es apropiación cultural? ¿Merece un análisis la obra de Dostoievski o censuramos todo lo procedente de Rusia? ¿Pueden los actores interpretar a personajes que no sean de su misma raza y condición sexual? ¿Impedimos la lectura de Las aventuras de Tom Sawyer porque utiliza la palabra negro' a pesar de que Twain fue un defensor de la igualdad racial? La tradición artística, literaria y cinematográfica, la política, la historia ¿Deberían poder ser analizadas en su contexto? y ¿Quién tiene el poder para decidirlo? Nos jugamos mucho al elegir entre la libertad de expresión, la creatividad o la censura. También en aceptar quién puede establecer esos criterios, hoy manejados por ese poder sin nombre que son las RRSS. Porque de prohibiciones y de acoso a quien se cuestiona lo que se conoce como Pensamiento Woke, va la Cultura de la Cancelación.