Es en la cima de una montaña de los Alpes donde una angustia inexplicable, casi irracional, se apodera de la respiración de Luiz Schwarcz, bloqueando su garganta en el momento en que más necesitaba el aire. En ese preciso instante nace la decisión de escribir este libro, El aire que me falta, que engloba el proyecto que el autor había alimentado durante años: escribir la historia de su padre, de su familia, que lo abandonó todo para escapar del terror nazi, y cuyo peso ha ido cargando Schwarcz toda su vida.
En estas memorias, armadas sobre una estructura en espiral, metáfora perfecta para representar las vueltas que damos alrededor de nuestros traumas, el autor alterna recuerdos para construir un sensible y detallado relato sobre cómo la depresión y los traumas, propios y heredados, pueden dejar sin aliento a cualquiera y seguir latentes en existencias marcadas aparentemente por el éxito. Cómo podemos quedarnos sin aire y volver a respirar.
Aunque es uno de los rostros más conocidos de nuestra época, Clint Eastwood nunca se ha desprendido de una cierta aura de misterio, sobre todo en lo que a su pasado se refiere. Ahora, Patrick McGilligan, uno de los más respetados biógrafos del mundo del cine, nos ofrece un retrato de cuerpo entero del gran cineasta, en el que por primera vez se descubre al hombre que hay tras la máscara cinematográfica. A través de documentos, manuscritos inéditos y archivos, entrevistas con amigos, familiares y socios que nunca antes habían hablado, el autor propone un exhaustivo viaje a través de los claroscuros de una vida intensa, febril y, en algunos momentos, inquietante.
Un estudio sobre la memoria de la guerra civil a través de los monumentos a los caídos.
El franquismo nunca quiso olvidar la guerra civil y, desde el inicio de la dictadura, ese recuerdo se concretó en miles de monumentos erigidos en pueblos y ciudades de todo el país. Bajo el control de las autoridades, el mito de los «caídos por Dios y por España» fijó la dicotomía entre los buenos y los malos españoles, sometió y unificó la memoria a unos fines políticos partidistas y nacionalizadores, enalteció y legitimó al dictador, determinó el espacio público e incluso los materiales a utilizar, y estableció en el mausoleo del Cuelgamuros su ideal estético, político e ideológico. A través de una ingente y diversa documentación, el historiador Miguel Ángel del Arco Blanco reconstruye tanto la historia concreta de aquellos monumentos diseminados por toda la geografía, como su papel en la propagandística y manipuladora memoria franquista sobre la guerra civil, cuyos vestigios –físicos e ideológicos— han condicionado el relato, el recuerdo y el paisaje de la historia contemporánea de España.