Durante miles de años, los seres humanos han perdido sus posesiones y han arrojado su basura en el río Támesis, convirtiéndolo en el yacimiento arqueológico más extenso y variado del mundo. Para los expertos, sus tramos fangosos ofrecen un vínculo tangible con el pasado y una conexión con el mundo natural en una ciudad caótica. Lara Maiklem se mudó a Londres a los veinte años. Atraída inicialmente por la ciudad, pronto se encontró a la deriva, añorando el consuelo que había conocido al crecer entre la naturaleza. En las orillas del Támesis descubrió el mudlarking: el acto de hurgar en el barro en busca de objetos desechados por generaciones anteriores de londinenses. Durante los siguientes quince años, sus días fueron dictados por las mareas y los dedicaría a la búsqueda de objetos que el río desenterraba: desde pedernales neolíticos a horquillas romanas, de hebillas de zapatos medievales a botones de los Tudor, de pipas de arcilla georgianas a medallas de guerra perdidas o descartadas. Desde las mareas del río en el oeste de la ciudad hasta su desembocadura en el mar en el este, Mudlarking es la historia del Támesis y sus gentes a través de estos objetos. Una fascinante búsqueda de la paz a través de la soledad y la historia de Londres que recupera las voces de muchos londinenses que habían sido olvidados.
Los que piensen que no puede haber épica proletaria, que la épica es propiedad de los griegos de las Termópilas, de los jinetes azules de Custer o de los estudiantes del 68, están equivocados: a principios del siglo pasado, entre proletarios de humeantes fábricas oscuras, bares de mala muerte, calles sin farolas, barrios hacinados y sueldos casi inexistentes, se gestó un levantamiento obrero cuya protagonista fue una Cataluña enloquecida, que parecía habitar en un universo distinto.
En este ambicioso proyecto, Paco Ignacio Taibo II recorre los vericuetos del movimiento anarcosindicalista más importante de España, que demostró que tanto el Estado como el «reino» de los burgueses son aparatos que tiemblan ante las multitudes que se rebelan. Que sean fuego las estrellas es una historia de proletarios y burgueses, y de la reivindicación de aquellos principios que hoy, equivocadamente, parecen de mal gusto: el deseo de justicia y libertad.
En 1839 los rumores sobre unas extraordinarias ruinas de piedra enterradas en las selvas de Centroamérica llegaron a oídos de dos de los exploradores más intrépidos del mundo.
Cautivados por las noticias, el diplomático norteamericano John Lloyd Stephens y el artista británico Frederick Catherwood —ambos ya conocidos por sus aventuras en Egipto, Tierra Santa, Grecia y Roma— zarparon del puerto de Nueva York en una expedición a las inhóspitas selvas de los territorios actuales de Honduras, Guatemala y México.
Lo que descubrieron cambiaría drásticamente el entendimiento de Occidente respecto a la historia humana.