«Las culturas, todas las culturas, recientes o ancestrales, originarias o derivadas, inmaculadas o sincréticas, de ayer o anteayer, y también las de mañana, solo valen y merecen el reconocimiento en la medida que respeten, y a su vez reconozcan, los derechos individuales, los mismos que la democracia liberal, dicho sea de paso, cultiva más que cualquier otra forma alternativa de convivencia.»
En los últimos años una nueva concepción del mundo tensiona la convivencia en la esfera pública. Se trata de la política de la identidad. Esta tendencia, en que las personas en vez de esgrimir su condición de ciudadanos iguales proclaman su estatus de miembros pertenecientes a un grupo —sea el género, la etnia o la orientación sexual— para intervenir en la vida política, está afectando la totalidad de los asuntos humanos. El autor, quien ha observado con agudeza las tensiones del presente, rastrea en la literatura filosófica y política las contradicciones, los peligros y las virtudes de la identidad, tal vez el tema más importante de nuestro tiempo.
«En la primavera de 1936, un escritor plantó rosales». Así comienza el nuevo libro de Rebecca Solnit, una reflexión sobre un jardinero apasionado que fue, además, la voz más importante del siglo XX frente a la mentira y el totalitarismo: George Orwell. A partir de su azaroso encuentro con aquellas rosas que Orwell cultivó hace más de ochenta años y que siguen hoy rebosantes de vida en su jardín, la autora indaga en ese aspecto más desconocido de la vida del intelectual para descubrir en qué medida su devoción por las flores puede iluminar sus compromisos éticos y estéticos como escritor y como luchador antifascista.
Con su característica capacidad para establecer conexiones inesperadas, Solnit entremezcla la vida y la obra literaria del autor de 1984, y su vínculo con la naturaleza y el mundo de los sentidos, con otras historias como la de las rosas de la fotógrafa Tina Modotti, la obsesión de Stalin por hacer crecer limones en un clima gélido, la Guerra Civil española, la crítica de Jamaica Kincaid al colonialismo o la industria del cultivo de rosas en Colombia. Una reflexión sobre el placer, la belleza, el lenguaje, la escritura, la esperanza y la verdad como actos de resistencia.
Roberto Batista Fernández es una persona discreta, rasgo que no oculta la valentía de acercarse con honradez y limpieza a la figura del Padre. Para ello, con lealtad poco frecuente, revela una memoria construida desde lo que su padre representa para él: fue su refugio, su maestro, conoció de sus manos la ternura y el cuidado. Pero esto no le impide asomarse a una vida política, plural y compleja, iluminada por una primera imagen de estadista, aunque empañada por los sucesos del 10 de marzo de 1952. Roberto se pregunta: “Cómo es posible que un hijo pueda juzgar a su padre?” Pues bien, en este libro lo ha hecho. No se recuerda entre los hijos de otros controvertidos gobernantes, desasistidos ya de todo poder, alguno que haya asumido una actitud tan íntegra y decorosa, a la vez que desgarradora.