El franquismo nunca quiso olvidar la guerra civil y, desde el inicio de la dictadura, ese recuerdo se concretó en miles de monumentos erigidos en pueblos y ciudades de todo el país. Bajo el control de las autoridades, el mito de los «caídos por Dios y por España» fijó la dicotomía entre los buenos y los malos españoles, sometió y unificó la memoria a unos fines políticos partidistas y nacionalizadores, enalteció y legitimó al dictador, determinó el espacio público e incluso los materiales que utilizar, y estableció en el mausoleo del Cuelgamuros su ideal estético, político e ideológico. A través de una ingente y diversa documentación, el historiador Miguel Ángel del Arco Blanco reconstruye tanto la historia concreta de aquellos monumentos diseminados por toda la geografía, como su papel en la propagandística y manipuladora memoria franquista sobre la guerra civil, cuyos vestigios —físicos e ideológicos— han condicionado el relato, el recuerdo y el paisaje de la historia contemporánea de España.
Cruces de memoria y olvido extiende su cronología hasta el presente, para analizar la gestión de los monumentos —desde la demolición, resignificación o conservación de las cruces locales al icónico Valle de los Caídos— y para examinar las llamadas «batallas por la memoria», donde a menudo se contraponen criterios políticos, ideológicos e historiográficos. Y es que, como nos recuerda su autor, «es esencial que las democracias no inhiban y propugnen una memoria plural sobre el pasado traumático que a todos nos hiere. Es el modo de dignificar la memoria de las víctimas e integrar y asumir el dolor que duerme en él».
¿Qué es el hombre? Durante siglos, se le ha pensado como una criatura divina o un ser natural, y su verdad estaba más allá de él: en el Dios que lo había creado o en la naturaleza de la que había surgido. Pero hacia fines del siglo XVIII, el hombre comenzó a buscar en sí mismo su propia verdad: en su cuerpo, en sus sentidos, en su mente, en las condiciones materiales de su existencia, en sus creaciones culturales. Así surgió y tomó forma la antropología en sentido moderno: la pregunta por el hombre de la que el propio hombre es la respuesta. La cuestión antropológica, curso que Michel Foucault dictó en la Universidad de Lile y en la École Normale Supérieure parisina, e inédito hasta ahora, es la historia de este acontecimiento.
Foucault despliega su exploración en una secuencia impecable y sorprendente, ya que pone el foco en autores o textos no siempre obvios. El primer momento nos muestra por qué la filosofía clásica europea (Descartes, Malebranche, Leibniz) permanece sorda a esta cuestión: en los siglos XVII y XVIII el hombre no existe como un ser autónomo o a raíz de saber acerca de su propia voluntad. En el segundo momento, a partir de Kant, el hombre se vuelve el punto de gravitación y fundamento de la filosofía -de Feuernbach a Dilthey, pasando por Hegel y Marx-, y así surge el conjunto de las ciencias humanas. En el tercer momento, el pensamiento dionisíaco de Nietzsche anuncia la muerte de Dios y, con ella, el derrumbe del hombre mismo.
Historia de las exploraciones prohibidas en África nos relata los viajes de los exploradores y exploradoras que penetraron en aquellos lugares de África en los que la entrada a occidentales estaba prohibida. Nos traslada a la epopeya de estos aventureros que, adoptando diversas personalidades, disfrazados o como esclavos, entraron en Marruecos, Tombuctú, en el Sáhara o en los países más conflictivos del África subsahariana, arriesgando por ello sus vidas.