La percepción generalizada de que la vida va más deprisa que antes ha arraigado en nuestra cultura, y solemos culpar de ello a los smartphones y a Internet. Pero ¿acaso no es el único propósito del smartphone proporcionarnos un acceso tan rápido a las personas y a la información que nos libere para hacer otras cosas? ¿No se supone que la tecnología debía facilitarnos la vida? En Esclavos del tiempo, Judy Wajeman explica por qué a partir de nuestras experiencias con la tecnología digital deducimos de forma inmediata que esta acelera inexorablemente la vida cotidiana. La autora argumenta que no somos menos rehenes de los dispositivos de comunicación, y que la sensación de andar siempre apurados es el resultado de las prioridades y parámetros que nosotros mismos establecemos. De hecho, estar siempre ocupados y llevar una vida ajetreada ha pasado a tener un valor positivo en nuestra cultura basada en la productividad.
A inicios del siglo XX, en la apacible y neutral Suiza, convivieron dos grupos revolucionarios: los primeros -bajo la férula de Lenin- se proponían transformar la sociedad, la economía y la política; los segundos -agrupados en el dadaísmo- se preparaban para alterar las mentes, las costumbres, los valores y la forma de vivir de las personas. ¿Cuáles fueron los desenlaces de esas revoluciones? La socialista se derrumbó en los años ochenta tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética. La segunda, la de las vanguardias, se enfrentó a un destino paradójico: a pesar de que cada una de las batallas utópicas condujo a la derrota, sus acciones lograron imponerse y ganar adeptos.
Carlos Granés ofrece al lector el recuento de las corrientes vanguardistas (desde la irrupción de Marinetti y el futurismo hasta los «jóvenes indignados» de España) y sus protagonistas, y se adentra en los distintos espacios donde se han hecho presentes: las artes plásticas -con Duchamp a la cabeza-, la literatura -desde el dadá hasta los beats y obras más recientes-, las propuestas educativas -como Black Mountain College-, la música experimental y «popular» -como ocurre con los trabajos de John Cage y de los Sex Pistols- e, incluso, en algunos movimientos sociales como el hippismo y análisis sociológicos como el situacionismo.
La revolución y la invitación a vivir la vida como si fuera una eterna fiesta, una soireé turbulenta y excitante, son los temas que explora el autor de El puño invisible, además del impacto de las vanguardias en sociedades cada vez más ávidas de experiencias fuertes, espectáculos emocionantes, aventuras transgresoras y actitudes rebeldes.