Escrito literalmente intempestivo, la Ética de Baruj Spinoza (1632/1677) ha ejercido siempre, desde antes incluso de ser entregada a las prensas, una fascinación en verdad obsesiva. Para mal como para bien. Las posiciones que en ella se defienden, extrañas al sentido filosófico común de su tiempo —y todavía del nuestro—, han suscitado a la vez el más violento rechazo y la más rendida admiración. Pero quizás no tanto una comprensión cabal de sus envites. Todo lector de la Ética ha sido, sigue siendo, el lector de una filosofía por venir.
Desde muy joven, Alexander von Humboldt entró en contacto con las eminencias científicas y políticas de su época. Viajar y explorar el mundo, en especial el Nuevo Mundo, era su plan de vida.
Fue un científico, explorador y humanista que legó una amplia obra: entre sus libros Ensayo político sobre el reino de la Nueva España y Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente hasta el tardío Cosmos, se condensan las observaciones y teorías sobre la naturaleza, la cual le parecía un organismo vivo e interactivo de suma intensidad. En sus estudios se adelantó con minucia a su época; por ejemplo, dada su obsesión por las mediciones y los instrumentos de precisión, detectó cómo la deforestación que la humanidad genera es el causante de un cambio climático con consecuencias desastrosas.
Humboldt creía en el libre flujo de las ideas y de la información, una comunicación sin fronteras. Es así que su metodología de investigación se extendía dentro de una red internacional conformada por los mejores científicos, una red muy moderna, por correspondencia y 200 años antes de internet. Era un científico que sabía interrelacionar cosas y lugares y aplicar los nuevos métodos, como la geografía comparada.
Tras el asesinato de Julio César en el 44 a. C., fueron dos los hombres que se disputaban el mandato de la todopoderosa Roma: Marco Antonio y el heredero elegido por el propio César, el joven Octavio, futuro Augusto. Pero Marco Antonio se enamoró de la mujer más poderosa del mundo, la gobernante egipcia Cleopatra, y frustró la ambición de Octavio de gobernar el Imperio. Y entonces estalló una nueva guerra civil.
Corría el año 31 a. C. cuando tuvo lugar una de las mayores batallas navales del mundo antiguo: más de 600 barcos, casi 200 000 hombres y una mujer. Aquello fue la batalla de Accio. El resultado: la victoria de Octavio, que derrotó posteriormente a Marco Antonio y Cleopatra. Y éstos acabaron suicidándose…
Las consecuencias de Accio cambiaron para siempre el Imperio romano. De haber ganado los amantes, la capital podría haberse trasladado a Alejandría, y el latín podría haberse convertido en el segundo idioma del Imperio después del griego, lengua que se hablaba en todo el Mediterráneo oriental, incluido Egipto.
Y ésta es por fin la historia que no se había contado. En este fascinante y emocionante ensayo, Barry Strauss, experto mundial en Historia de la Roma Antigua, describe la batalla y sus consecuencias con el dramatismo y la intensidad que merece. Una obra esencial que nos presenta, además, a tres de las figuras más importantes no sólo del Imperio romano, sino de nuestra Historia con mayúsculas.