«La filosofía es la actividad disruptiva de la razón y ésta se encuentra en el límite de todo pensamiento científico.»
La obra filosófica, histórica, ensayística y periodística de Luis Villoro se ha extendido a lo largo de más de siete décadas, y transcurre por las corrientes más importantes de la segunda mitad del siglo xx: el existencialismo, la filosofía de lo mexicano, la fenomenología, la filosofía analítica, el marxismo y el multiculturalismo. La lista completa de sus publicaciones es extensa y se ocupa de una diversidad de temas sobre metafísica, epistemología, ética, filosofía política y filosofía de la religión; por lo mismo, resulta relevante contar con una guía para empezar a leer su obra o adentrarse más en su pensamiento.
Hegel es hoy un filósofo incómodo. Incomoda la secreta vigencia de su pensamiento, su condición de rocoso contemporáneo clandestino contra el que, antes o después, topa cualquier filósofo vivo. Incomoda su prosa, inextricable para el lector común y extenuante para los iniciados. Incomoda la lucidez y crueldad de sus ideas, nada edificantes y completamente inservibles para manuales de autoayuda. Incomoda su defensa del trabajo filosófico como un descenso al infierno antes que como un camino de salvación.
Inédito hasta ahora, el breve «estudio o meditación» que Carlos Edmundo de Ory dedicó a una de las formas primordiales de su personal imaginario, Humanismo del árbol, fue lentamente gestado y madurado por el poeta desde que lo concibiera por primera vez a comienzos de los años cincuenta. Lirismo, erudición y una temprana conciencia ecológica ―«Volvamos a la Naturaleza. Ella nos enseñará más, mucho más que todos los filósofos del mundo»― se dan la mano en un hermoso y cautivador ensayo que se acoge a la autoridad de presencias tutelares como Dante, Blake, Novalis, Baudelaire, Poe, Thoreau, Whitman, Rimbaud, Lawrence o Michelet, sabiamente glosadas, para proponer un reencuentro con el «alma primitiva» que vio en el bosque un ser vivo y plural, habitado por individuos únicos e irrepetibles cuya «maravilla inagotable escapa a la definición nominalista».