Roberto Batista Fernández es una persona discreta, rasgo que no oculta la valentía de acercarse con honradez y limpieza a la figura del Padre. Para ello, con lealtad poco frecuente, revela una memoria construida desde lo que su padre representa para él: fue su refugio, su maestro, conoció de sus manos la ternura y el cuidado. Pero esto no le impide asomarse a una vida política, plural y compleja, iluminada por una primera imagen de estadista, aunque empañada por los sucesos del 10 de marzo de 1952. Roberto se pregunta: “Cómo es posible que un hijo pueda juzgar a su padre?” Pues bien, en este libro lo ha hecho. No se recuerda entre los hijos de otros controvertidos gobernantes, desasistidos ya de todo poder, alguno que haya asumido una actitud tan íntegra y decorosa, a la vez que desgarradora.
Stanislaus Joyce, tres años menor que James, fue un reconocido académico que por años mantuvo las finanzas de su hermano y le dio ánimos frente los rechazos de los editores. Su minucioso diario le sirvió de base para la redacción de estas memorias. Ejerció la docencia en la Universidad de Trieste, ciudad en la que murió en 1955.
Ser hermano de un autor famoso confiere grandes obligaciones y muy pequeñas distinciones. El profesor Stanislaus Joyce sobrellevó su carga con nobleza y disconformidad. A pesar de sus reservas, vivió una vida en gran parte moldeada por su hermano, combatió el derecho de los demás a criticar a James y, en el momento de su muerte, llevaba escrita una parte sustancial de las memorias de su vida en común, donde presenta un cuadro de la carrera de James Joyce y de la vida familiar hasta sus veintidós años, con adelantos de lo que vendría después.
Verdades y leyendas de nuestra historia
Nadie pone en duda que durante tres siglos España dominó el mundo conocido y fue objeto de numerosos embates de todo tipo por parte de potencias rivales, pero ¿cómo se defendió de los ataques de sus enemigos? «Para estas batallas que nos amenazan», explicó don Quijote a Sancho Panza, «menester será estar bien mantenidos». Y España, ciertamente, estaba «bien mantenida»: los recursos a los que tenía acceso eran mayores que los de cualquier otra nación, ya que no provenían solo de la Península, sino de todos los rincones del planeta. Los exploradores, aventureros, soldados y financieros que hicieron posible su poder no solo fueron españoles y portugueses, sino que vinieron de todas las naciones existentes bajo el sol. Los ejércitos no fueron exclusivamente católicos, sino que, en momentos de crisis, miles de soldados protestantes estaban dispuestos a enrolarse en sus filas.
Esta es la historia de cómo una nación cultivó amigos y aliados tanto en la guerra como en la paz, y cómo, más allá de la leyenda antiespañola, el hecho incuestionable es que hubo ilustres personajes extranjeros que defendieron su carácter, su cultura, su reputación, su patrimonio histórico o sus costumbres, y se preocuparon por preservar un país que amaron y admiraron.
El prestigioso hispanista Henry Kamen invita al lector a explorar los asombrosos senderos de la experiencia imperial española.