Tras pasar cinco años como corresponsal en China de la revista "New Yorker", Evan Osnos ha escrito uno de los libros que mejor explica la compleja realidad del gigante asiático en un momento crucial de su historia. El libro analiza tres grandes temas –la búsqueda de la prosperidad, los intentos de apertura democrática y la espiritualidad; con la presencia omnipresente del Partido Comunista. El libro tambien reúne los testimonios de distintos ciudadanos, algunos anónimos y otros tan famosos como Ai Weiwei, el artista que se ha atrevido a denunciar los abusos del macro estado inmerso en esta Edad de la Ambición. Esta desenfrenada carrera por la riqueza afecta a todos los estratos de la sociedad china y amenaza con romper la estabilidad social que ha sido la clave de su exito.
Los mecanismos de censura específicos de la RDA fueron el marco condicionante de una literatura audaz y comprometida, que se nutría en buena medida de la tensión con su contexto. La República Democrática Alemana (RDA), el efímero país nacido de la partición del Reich tras la Segunda Guerra Mundial, ha quedado en el imaginario colectivo como un ejemplo de censura política y social. Ahora bien, el presente ensayo se centrará en analizar la práctica de esa censura en el ámbito de la literatura de ficción y cómo esta se desenvolvió bajo tales condiciones. Ibon Zubiaur reconstruye la historia de este sistema político y la complementa con la visión de los protagonistas a través de sus cartas, diarios y memorias. Además de un certero análisis histórico del surgimiento, consolidación y final del sistema de censura, selecciona y analiza algunas novelas ―de autores como Fritz Rudolf Fries, Alfred Wellm, Stefan Heym, Brigitte Reimann, Volker Braun, Christoph Hein, entre otros― que ilustran la disparidad de suertes que podía correr un libro en esas épocas.
Cuestionarse el derecho a opinar en pleno siglo XXI y asumir que una parte de la población se crea con derecho de callar otra es un peligro. El diálogo, incluso entre posiciones opuestas, es la base de cualquier convivencia democrática, algo que parece olvidarse en un entorno social y cultural en el que abundan las verdades absolutas. ¿Hay que seguir viendo Lo que el viento se llevó, o la eliminamos de todas las filmotecas por racista? ¿Es Lolita una obra maestra de la literatura o prohibimos a Navokov por pedófilo? ¿Perseguimos a J.K. Rowling, autora de Harry Potter, por su opinión sobre lo que es una mujer? ¿Quemamos los cómics de Tintín en aras de una defensa a los pueblos colonizados por los europeos? ¿Debe censurarse una atracción de Blancanieves en un parque temático porque recibe un beso no consensuado del príncipe? ¿Puede un cocinero blanco cocinar un guiso chino o es apropiación cultural? ¿Merece un análisis la obra de Dostoievski o censuramos todo lo procedente de Rusia? ¿Pueden los actores interpretar a personajes que no sean de su misma raza y condición sexual? ¿Impedimos la lectura de Las aventuras de Tom Sawyer porque utiliza la palabra negro' a pesar de que Twain fue un defensor de la igualdad racial? La tradición artística, literaria y cinematográfica, la política, la historia ¿Deberían poder ser analizadas en su contexto? y ¿Quién tiene el poder para decidirlo? Nos jugamos mucho al elegir entre la libertad de expresión, la creatividad o la censura. También en aceptar quién puede establecer esos criterios, hoy manejados por ese poder sin nombre que son las RRSS. Porque de prohibiciones y de acoso a quien se cuestiona lo que se conoce como Pensamiento Woke, va la Cultura de la Cancelación.