Henri Bergson (1859-1941) fue el primer gran filósofo del siglo XX. Su originalísima obra, a menudo situada entre el análisis psicológico, la sociología, la filosofía y las ciencias naturales, sirvió para superar el positivismo y abrir al nuevo siglo muchas de las vías en adelante tan transitadas. Una ocasión idónea para probar la superioridad de esta nueva filosofía fue aplicarla al entonces popular problema de la comicidad, misterio «que se yergue en impertinente desafío a la especulación filosófica».
La «oficina de la nada» es la expresión de Miguel de Molinos escogida como metáfora de este libro: un espacio en el que se reúnen, analizan y clasifican numerosas obras literarias y visuales producidas principalmente en la segunda mitad del siglo XX y los inicios del siglo XXI que intentan representar, materializar o producir el efecto de la nada. En cada capítulo se despliega una secuencia de motivos, soportes y estrategias recurrentes que han surgido en el ámbito de la narrativa, la poesía y la literatura digital, los libros de artista y el arte conceptual. Como se podrá observar, estos gestos, a veces serios y profundos, otras veces absurdos e irónicos, ponen al desnudo las estructuras culturales, políticas y económicas en que se sustenta aquello que aún entendemos por experiencia estética. Los archivadores de esta oficina acogen, también, una tradición sorprendentemente rica tanto en experimentaciones creativas como en reflexiones filosóficas y religiosas, particularmente de la teología negativa. Se ofrece así un marco de comprensión más amplio y complejo en el que la inefabilidad de la experiencia mística se superpone con las tensiones del lenguaje y la representación en las poéticas negativas contemporáneas.
Este libro reúne 14 artículos y 2 conversaciones de Byung-Chul Han acerca de la expansión del capitalismo y sus consecuencias.
Lo que hoy llamamos «crecimiento» es en realidad la consecuencia de un aumento excesivo de carcinomas que destruyen el organismo social. Estos tumores metastatizan sin cesar y se multiplican con una vitalidad inexplicable y mortal. En cierto momento, este crecimiento ya no es productivo, sino destructivo.
El capitalismo ha sobrepasado hace mucho tiempo este punto crítico. Sus poderes destructivos producen catástrofes no solo ecológicas o sociales, sino también mentales. Los efectos devastadores del capitalismo sugieren la existencia de un instinto de muerte. Freud, inicialmente, introdujo la noción de «pulsión de muerte» con vacilación, pero luego admitió que «no podía pensar más allá» a medida que la idea se volvía cada vez más central en su pensamiento. Hoy es imposible refl exionar sobre el capitalismo sin considerar la pulsión de muerte.