La escritura sobre el grial significó la construcción de un nuevo mito en la cultura europea. Es en la última obra de Chrétien de Troyes, El cuento del grial (1180), donde por vez primera aparece este término en torno al cual se concentró toda una historia: un castillo repentinamente aparecido en un valle, un rey enfermo, un joven que se maravilla ante unos objetos, entre ellos el grial, pero no pregunta nada acerca de ellos y de su posterior búsqueda. Entre otros motivos, el carácter inacabado del roman de Chrétien generó una escritura febril por parte de autores franceses y alemanes, siempre con la intención predominante de interpretar y comprender lo que habían heredado como un enigma, y así se sucedieron durante medio siglo las cuatro Continuaciones, el José de Arimatea de Robert de Boron, Perlesvaus de autor anónimo, Parzival de Wolfram von Eschenbach o La búsqueda del Santo Grial, de autor también desconocido, que ayudaron a conformar una poética concreta favorecida por el ambiente y la atmósfera de las Cruzadas. Es posible que fuera la pérdida de Jerusalén, y con ella la del Santo Sepulcro, la que activara este gran esfuerzo constructor del imaginario griálico que ha perdurado hasta nuestros días.
Aunque los libros de un escritor suelen despertar mayor interés que su vida, la obra de Azorín no se entiende, en toda su complejidad, si no conocemos las coordenadas en las que se forjó su personalidad y se desarrolló su vida y su obra. José Martínez Ruiz, Azorín, nació en 1873 y murió en 1967. Fue, por tanto, actor y espectador privilegiado de la sociedad y la cultura españolas durante el último tercio del siglo XIX y los tres primeros del XX. Como integrante -quizá el más representativo- de la Generación del 98, personificó el intento de regenerar España en una de las horas más graves de su historia. La biografía que el lector tiene en sus manos (la más exhaustiva y documentada de las que existen sobre su figura) reconstruye la trayectoria vital y profesional de unos de los creadores más originales de la literatura española contemporánea, un escritor clásico y modernos a parte iguales.
En la Antigüedad, el saber verdaderamente valioso era el entendimiento de los orígenes, del del nacimiento del mundo y de los dioses o héroes. Más tarde, el saber se orientó hacia el conocimiento sobre el futuro y la utopía que nos esperaba. Hoy, en cambio, parece atrapado en la necesidad de comprender un presente sofocante y demasiado extenso; pasado y futuro han convergido y nos ahogamos en su vórtice, confundiendo el saber con la mera comunicación. Pero este libro no es una elegía por la sabiduría perdida. Es una invitación a reflexionar sobre qué es para nosotros el saber y cómo podemos transmitirlo a quienes ocupen después el mundo.