Paul Watzlawick es una de las figuras clave de la psicología del siglo XX. De origen austriaco, se asentó en 1960 en Palo Alto, California, donde a través de sus investigaciones en el Mental Research Institute desarrolló la teoría de la comunicación que lo hizo famoso. Para explicarla, estableció cinco axiomas, entre los que incluyó el que da título a este libro: no es posible no comunicar. Se trata de una recopilación de textos, extraídos de sus obras principales, en los que el autor abordó a fondo la comunicación.
El constructivismo radical de Watzlawick niega la existencia de una verdad absoluta. Cuando alguien ha creído encontrar esa verdad, ha terminado cometiendo los mayores crímenes contra la humanidad. Al mismo tiempo, nos alerta sobre el impacto de los medios de comunicación en el comportamiento humano: «Han llegado al punto de lavarnos el cerebro como ningún gobierno totalitario consiguió jamás».
Según el autor no encontramos la realidad, sino que la creamos. Nuestra percepción de la misma es pura construcción subjetiva, y, por tanto, modificable. Watzlawick nos ofrece métodos para analizar situaciones confusas, suavizar conflictos y aclarar diferencias de opinión. No podemos esperar fórmulas y recetas definitvas, puesto que la infinita diversidad de la vida nos obliga a reaccionar de un modo diferentes y nuevo en cada ocasión. Sin embargo, podemos entender en qué consisten los problemas. La realidad es el resultado de la comunicación.
Los estudios sobre el gobierno suelen centrarse habitualmente en aspectos de estructura y organización, sin profundizar en cuestiones referidas a la propia acción de gobierno o su filosofía inspiradora: un núcleo problemático que resulta particularmente central tras la emergencia del Estado social intervencionista y su intensa evolución desde mediados del siglo xx.
Tal evolución aparece cuajada de ámbitos de discusión que podrían ubicarse de forma sistemática en torno a tres categorías sucesivas: gobernabilidad, gobernanza y gobermedia. Partiendo de estas categorías es posible entender y analizar más adecuadamente tanto la posición de los ejecutivos en las democracias contemporáneas como sus principales tensiones y contradicciones. La capacidad de programación, la capacidad de respuesta o la presencia virtual de los gobernantes ante la opinión pública se configuran como ejes explicativos de la posición del gobierno en el contexto del Estado intervencionista contemporáneo, permitiendo comprender también algunas de sus encrucijadas.
El constitucionalismo rígido ha cambiado profundamente la naturaleza del derecho y de la democracia, al imponer a la política límites y vínculos sustanciales, en garantía de los derechos fundamentales constitucionalmente establecidos.
Actualmente, el edificio de la democracia constitucional, como modelo teórico y como proyecto político, está siendo agredido por la asimetría entre el carácter global de los poderes económicos y financieros y los confines todavía estatales del derecho y de la democracia; por la abdicación de su papel de gobierno por parte de la política, tan impotente y subordinada a los mercados como omnipotente en relación con los sujetos débiles y sus derechos; por el general desarrollo de la ilegalidad o, lo que es peor, por la ausencia de reglas sobre los poderes, tanto públicos como privados.
Por eso, la expansión del constitucionalismo, y la construcción de sus garantías a la altura de los nuevos poderes económicos globales, es la principal tarea de la política y la única alternativa racional a un futuro, no solo de desórdenes, violencias, desigualdades y devastaciones medioambientales, sino de involuciones autoritarias y antidemocráticas.