Las obras que en vida dieron fama como escritor a David Hume no son las mismas que con posteridad han consolidado su reputación como filósofo. Entre las primeras se cuentan estos Ensayos, cuya preparación y revisión ocupó a Hume durante toda su vida adulta hasta su muerte, a lo largo de sucesivas ediciones, corregidas y ampliadas personalmente por él. Las palabras de su amigo John Holme resumen bien el interés de esta obra: «Sus Ensayos son a la vez populares y filosóficos; en ellos se unen, de una manera rara y feliz, la profundidad científica y el buen estilo literario».
A diferencia del mero conocimiento, la experiencia del contenido del conocimiento revelado consiste en que Dios llama al hombre. Mediante esta experiencia de ser llamados se dan los contenidos esenciales del conocimiento revelado » (Eric Voegelin). «Hay que asumir que algo que viene de Dios le ocurre al hombre. Pero ese acontecimiento no es necesario entenderlo como llamada o interpelación; ésa es una interpretación posible, cuya aceptación se basa, por tanto, en la fe y no en el conocimiento» (Leo Strauss). Eric Voegelin (1901-1985) y Leo Strauss (1899- 1973) representan dos vertientes extraordinariamente influyentes del pensamiento político contemporáneo. La correspondencia que mantuvieron entre 1934 y 1964 pone de relieve el drama del pensamiento conservador europeo enfrentado a la desaparición de su entorno material y a la necesidad de alinearse a favor de la democracia. Émigrés en la tierra de nadie americana, Voegelin y Strauss contrapusieron sus propias aspiraciones al orden revelado y al derecho natural.
Sobre el nacionalismo se escribe mucho: a favor, los que aspiran a tener un Estado propio; en contra, los que ya lo tienen. De nacionalismo habla este libro, pero en otro sentido, porque cuestiona toda forma de pertenencia, llámese esta Estado, Patria o Nación. El libro arranca con una mención de la torre de Babel. Aquella gente quiso construir una ciudad monolítica que fracasó porque no se pudo impedir que se hablara y pensara por su cuenta. Se insinúan ahí dos modelos de convivencia: el de la ciudad cerrada, apegada a la tierra, o el de la dispersión que siguió tras el fracasado experimento. La humanidad no aprendió la lección. Pensó, con Aristóteles, que solo es humano el que pertenece a una polis e inhumano el apátrida. «Tierra de Babel» desmonta ese equívoco originario siguiendo la pista de la minoría que sí supo leer lo ocurrido convirtiendo la diáspora en forma de existencia. En un momento como el actual donde el Estado da signos de agotamiento, porque hay emigración y porque hubo Auschwitz, la diáspora se presenta como la alternativa posnacional al nacionalismo.