El dadaísta Francis Picabia decía que «tenemos la cabeza redonda para que nuestros pensamientos puedan cambiar de orientación». En efecto, a lo largo de los años, modificamos nuestra opinión sobre muchas cosas: gustos estéticos –la música que escuchamos, la ropa que vestimos–, afiliaciones sociales –el equipo de fútbol o el partido político al que apoyamos– y hasta cuestiones tan trascendentales como la persona a la que amamos o el dios al que veneramos.
Entre los siglos IV y V d. C. el Imperio romano, en franca decadencia, experimentó una serie de cambios profundos. Y quizá el más importante de todos ellos fue la creciente influencia de la fe cristiana en las esferas de poder. Tradicionalmente los filósofos habían sido quienes a asesoraban a los gobernantes de Roma, pero poco a poco los obispos y otros creyentes cristianos fueron quienes ofrecieron un nuevo marco de pensamiento antiguo en el que los vínculos entre ciudadanos fueron sustituidos por una religión común que establecía una lealtad a un autócrata distante.
Peter Brown, la mayor autoridad en la civilización mediterránea de la Antigüedad tardía, analiza en esta obra cómo la enseñanza cristiana proporcionó un modelo para un imperio más jerárquico: los antiguos ideales de democracia dieron paso a la imagen de un gobernante glorioso que mostraba misericordia a sus súbditos. El resultado es uno de los ensayos más brillantes sobre esta época tan turbulenta como fascinante.
Un volumen que atesora leyendas épicas, extraordinarias y sobrenaturales de la era clásica, la mitología europea, la egipcia y la africana, la de Oriente próximo y la de Asia, la de Oceanía y la de las Américas. Historias que hablan de lo humano y lo divino, de los dioses y los héroes que han contribuido a enriquecer las tradiciones de las diferentes culturas.