Hannah Arendt escribió en Los orígenes del totalitarismo que Eric Voegelin es autor del mejor relato existente del pensamiento racial. Voegelin, a su vez, elogió en estas conferencias sobre Hitler y los alemanes el ensayo de Arendt Eichmann en Jerusalén. A ambos pensadores les une el afán de comprender las causas últimas del nacionalsocialismo y la idea de que el régimen nazi no habría triunfado ni se hubiera podido sostener sin la colaboración de muchos alemanes de a pie, o si estos hubieran resistido al nazismo.
Cuando en 1964, de regreso en Alemania tras su exilio en Estados Unidos, Voegelin decide abordar públicamente estas cuestiones, la opinión dominante consideraba que las culpas habían sido expiadas con la derrota y la ocupación. Ante la tibieza de las autoridades hacia los partidarios confesos del nazismo, muchos preferían el olvido. Frente a esta situación de degradación moral, Voegelin no solo se opuso a la posibilidad de superar el pasado, sino que denunció la sutil y persistente complicidad de sus contemporáneos con el nacionalsocialismo.
Aparte de sus agudos análisis sobre el «descenso al abismo» de las Iglesias o de la judicatura durante el nazismo, estas conferencias constituyen una especie de terapia. Voegelin aplica nociones centrales de su pensamiento sobre el gnosticismo occidental, el «analfabetismo espiritual» o el orden de una comunidad humana abierta a la trascendencia. Por su tono y su contenido, sus intervenciones recuerdan a las famosas conferencias sobre el político y el científico de Max Weber, a cuya grandeza rinden homenaje.
Movido por su admiración por Goethe, Schopenhauer elabora una teoría del color que pretende respaldar los hechos que Goethe compiló en su propia teoría y, así, apoyarle en su radical oposición a las ideas newtonianas. Schopenhauer amplía las ideas de Goethe desde una perspectiva fenomenológica y psicológica: vincula la percepción de los colores con sus reflexiones sobre la representación y la voluntad, contribuyendo al desarrollo de teorías estéticas y a la comprensión de la percepción sensorial. Pese a no tener un contenido plenamente filosófico, este escrito contribuye a la comprensión del pensamiento schopenhaueriano sobre la intuición empírica y las formas a priori del conocimiento. Complejo y apasionante a la vez, el texto deja entrever su inquietud por las tensiones latentes entre sujeto y objeto, realidad y representación, arte y ciencia, así como las innumerables dicotomías que estimularon el diálogo entre ambos filósofos.
Después de «Ser y tiempo», Martin Heidegger encontró en los griegos la inspiración de su «camino del pensar». No solo rememoraba así la vuelta a Grecia de un Friedrich Hölderlin, sino que adoptaba el gesto radical de Friedrich Nietzsche, quien buscó recuperar la filosofía trágica de los griegos anterior a Sócrates. En los presocráticos verá también Heidegger esa alba de la filosofía cuya comprensión del mundo y del lenguaje fue olvidada por la metafísica occidental. Las lecciones aquí editadas fueron impartidas en el semestre de verano de 1932. En ellas, al hilo de los fragmentos, se da una interpretación de dos de los pensadores presocráticos más significativos en «el comienzo de la filosofía occidental». La célebre «Sentencia de Anaximandro» y el no menos famoso «Poema de Parménides» son textos fundacionales del discurso filosófico en los que ocupan un lugar central, por primera vez, nociones como Justicia, Verdad o Ser.