Ayer, un mes después de morir, grabaron sobre su tumba el nombre de mi madre. Al ver sobre la piedra las letras que tantas veces estuvieron en mis labios sentí un impulso doble, contradictorio tan solo en un primer instante, que me empujaba al mismo tiempo a permanecer callado y a pronunciar las palabras justas para nombrar la vida. Lo que sentía en ese momento solo puede ser nombrado con la palabra «tristeza», aunque la palabra «tristeza» –como le ocurre a todas las palabras frente a la complejidad de nuestra vida– se queda tan corta como un metro para sondear las profundidades de un abismo.
Este libro se acerca a la pereza desde la triple óptica de la retórica –lenguaje, metáforas y refranes–, la estética –su presencia en la literatura y en el cine– y la ética –en Oriente y Occidente–, y lo hace desde la conciencia de que la pereza «habla de la naturaleza frágil de nuestra especie, de nuestra limitación como seres creados hermosamente a partir de un soplo sobre la materia más fácil de quebrar, del más sencillo barro».
El Cairo, sueño de dioses recoge dos miradas tan distintas como complementarias. Las vívidas impresiones del poeta romántico francés Gerard de Nerval contrastan con el rigor de la egiptóloga británica Amelia B. Edwards en sus viajes a El Cairo durante la segunda mitad del siglo XIX. Su fascinación, reflejada en las espléndidas ilustraciones de la época contenidas en este libro, pervive hasta nuestros días.