En los años setenta del siglo II d.C. nace en Emesa, pequeña ciudad de Siria, una niña que protagonizaría durante más de veinte años la historia del Imperio romano. Su nombre: Julia Domna. El ambicioso padre,gran sacerdote del dios Sol, la entregó como esposa aún en plena adolescencia a un hombre mucho mayorque ella, Septimio Severo, llamado a ser Emperador de Roma. Julia Domna abandonó patria, parientes yamigos y marchó al encuentro de su nueva vida, que le reservaba grandes honores pero también dolores, alos que se enfrentó siempre con fuerza y determinación de carácter. Supo moverse entre intrigas depalacio, conjuras, venganzas y represalias, y vencer siempre a la adversidad, refugiándose en sus amadosestudios o jugando la carta de una centralidad pública que nadie pudo cuestionar: la niña crecida entre losfastos de una floreciente ciudad de Oriente Próximo se había convertido en cabeza de una dinastía que,con diversa fortuna, mantendría el poder supremo durante más de cincuenta años.A través de unas pacientes revisión y exégesis de las fuentes literarias, epigráficas y monumentales, estevolumen cuenta su historia, hasta el trágico epílogo.
¿Sabías que Esquilo tuvo la muerte más tonta de la Historia, que la lengua de Cicerón acabó colgada en el Foro de Roma, que Dante se dormía en mitad de una frase y Maquiavelo no era tan «maquiavélico»?
Pero aquí no acaban las jugosas historias de los grandes maestros de la literatura. Casi nadie recuerda que Jonathan Swift anticipó las computadoras de Silicon Valley, que a Victor Hugo le apasionaban los toros, que Larra se enamoró de la amante de su padre, que Valle-Inclán mantuvo una intensa amistad con el hombre que le arrebató un brazo, que H.G. Wells era un distinguido ladrón de sombreros... o que unos sencillos pollos salvaron la vida del mítico Truman Capote. «La técnica de Cicerón era tal que, al estilo de los antiguos sofistas griegos, era capaz de defender una postura y, 15 minutos después, la contraria». A los escritores se les juzga por sus obras, pero nunca está de más conocer a las personas que se ocultan detrás de la pluma. En estas páginas encontramos —por riguroso orden cronológico— la «Cara B» de la Literatura Universal. Las grandezas y las viles miserias cotidianas de los reverenciados autores que estudiamos, leemos y admiramos. Abordar este libro puede variar nuestra forma de disfrutar y entender la literatura, al tiempo que logra arrancarnos un buen puñado de sonrisas.
En esta edición revisada de Alquimia y religión, Raimon Arola amplía el volumen original con sus investigaciones acerca de «lo oculto», situando este concepto como lo que está detrás de un velo, alejándose así de lo que se conoce como ocultismo, el movimiento del siglo XIX, que, en general, fue una degeneración de las ciencias tradicionales. En la primera parte del libro se incide en el estudio de la alquimia tal y como se conformó en la Edad Moderna, en especial a partir de Paracelso, cuando se convirtió en el lugar donde algunos sabios concentraron un tesoro de conocimiento y desarrollo espiritual que, según ellos, debía llegar a convertirse en el núcleo interior y secreto de la tradición cristiana, así como el impulso necesario para una reforma religiosa. Con el racionalismo que se impuso en Europa a finales del siglo XVII, a esta ciencia o arte se la encerró en un cajón de sastre ;ocultismo, espiritismo, esoterismo, etc.; y se la consideró como algo ajeno a la religión. Sin embargo, tras la aparente locura de los antiguos alquimistas se esconde una enseñanza que merece ser tenida en cuenta por los filósofos e historiadores de las religiones, de las artes y de las ciencias actuales. Sus postulados esclarecen registros y modos del ser humano que han permanecido olvidados o enmarcados en campos disciplinares ajenos a la vida del espíritu. Con este olvido, se ha marginado del pensamiento occidental su universo simbólico más íntimo, expresado básicamente por medio de imágenes.