En 1948 el joven poeta Thorkild Bj¸rnvig visitó Rung-stedlund, la mítica mansión de Karen Blixen, sin sospe-char que su vida estaba a punto de dar un vuelco extraor-dinario. Se le había convocado bajo el falso pretexto de que la sobrina de Blixen admiraba sus poemas, pero era la célebre autora de Lejos de África quien deseaba conocerle. Esta mentira piadosa dio pie a una tortuosa amistad por la que Bj¸rnvig pagaría un alto precio.
Totalmente subyugado por el carisma y las atenciones de la baronesa von Blixen, Bj¸rnvig accedió a un pacto desigual: a cambio de convertirse en aprendiz y confidente de una mujer que le doblaba la edad, soportaría toda clase de caprichos, desplantes y manipulaciones. Pese a ello, existió entre ambos una emocionante compenetración espiritual con visos de amor platónico que aflora en la correspondencia incluida en este libro y en las conversaciones que mantuvieron en Rungstedlund.
Entre los siglos XV y XVIII, los europeos no solo estaban fuertemente constreñidos por las jerarquías sociales, también malvivían atormentados por el hambre y la miseria, tiranizados por el consumo diario de un pan deliberadamente adulterado, a menudo mezclado con semillas y hierbas alucinógenas.
Mientras Galileo, Descartes y Bacon trabajaban en la idea de un mundo racional y ordenada, la desnutrición crónica y la embriaguez domésticaagudizadas por estas drogas rurales y domésticas llevaban a sus coetáneos a un viaje psicodélico, a trances y explosiones dionisíacas que involucraban a pueblos enteros, a los meandros de un imaginario demoníaco y nocturno que aliviaba una existencia de otro modo invivible.
A través de una cuidadosa reconstrucción de la vida cotidiana de campesinos, mendigos y pobres, Piero Camporesi en El pan salvaje presenta una imagen vívida y desconcertante de la Europa preindustrial, azotada por el desigual reparto de bienes y alimentos, como un vasto laboratorio de sueños.
Sumida en un universo fantástico, la humanidad tenía acceso a formas de conciencia ajenas a la racionalidad, y aún podía aprovechar las reservas oníricas que la prohibición a las hierbas alucinógenas destruyó más tarde.
En 1843 H. D. Thoreau escribió una reseña de El Paraíso al alcance de todos los Hombres, sin Trabajo, mediante la Energía de la Naturaleza y la Máquina, de J. A. Etzler. La reseña criticaba las utopías tecnológicas que pretenden transformar el mundo con la excusa de conseguir un paraíso de abundancia y felicidad para el ser humano, mediante la aplicación y el desarrollo de las técnicas y la maquinaria industrial.
Las obras de Thoreau no parecen suscitar hoy la rebeldía y la desobediencia que debiera inspirar una lectura consecuente de su obra, donde la experiencia de la naturaleza se convirtió en la defensa de una conciencia que corría el peligro de extraviarse con los avances de la modernización. No se trata en Thoreau, por tanto, de una defensa de la naturaleza como si de un protoecologista se tratase. Más bien nos encontramos ante la resistencia de la conciencia individual a las transformaciones que la economía industrial empezaba a propiciar en el siglo XIX.
Hoy vivimos la culminación de esa época y sus desastrosas consecuencias. Las desaforadas utopías tecnológicas ya no sólo pretenden transformar el mundo para ofrecernos un inmenso y artificial Jardín del Edén, sino que, ante la constatación del fracaso de sus intentos, la única respuesta es una nueva vuelta de tuerca en el acondicionamiento tecnológico, que se extiende a cada vez más ámbitos de la existencia. El cultivo de nuestra conciencia no sólo ha perdido su relación con la naturaleza, sino que puede llegar a ser prescindible en un mundo donde todo lo producido tendrá la marca de «inteligente» para evitarnos el trabajo de serlo nosotros.
Quizá sea demasiado pedir que los libros tengan hoy la capacidad de inspirar, siquiera de conmover, a quien los lee. Si con El paraíso —que merece ser— recobrado contribuimos, al menos, a ofrecer una oportunidad para el cultivo de cierta rebeldía contra este estado de cosas, nos daremos por satisfechos.