Se dice a menudo que las lenguas están para entenderse, al igual que se ha vuelto un cliché afirmar que la diversidad lingüística es un bien que nos enriquece a todos. Sin embargo, las lenguas suscitan enconadas querellas y son fuente de enfrentamientos políticos cuando se convierten en potentes marcadores identitarios, como vemos en el caso de los movimientos nacionalistas. Existe además una preocupación creciente por su desaparición en todo el mundo, lo que se denomina «la muerte de las lenguas», sobre la que vienen alertando activistas y expertos y de la que se hacen eco instituciones internacionales como la Unesco o el Consejo de Europa. Hay, en definitiva, demasiadas cosas que se dan por supuestas en las discusiones sobre las lenguas y la diversidad lingüística que están plagadas de metáforas, falacias, clichés y excesos retóricos. En este lúcido ensayo, Manuel Toscano plantea la necesidad de desbrozar el terreno para una reflexión ecuánime sobre el uso de los idiomas como medio de comunicación, patrimonio cultural y seña de identidad. Con datos y argumentos contrastados, repasa la situación a escala global, expone en qué consiste el valor comunicativo de una lengua y los mecanismos que operan en el surgimiento de una lengua franca, sopesa el papel de la lealtad de los hablantes así como las tesis del nacionalismo lingüístico o la noción de lengua propia, y analiza, por último, el complicado asunto de los derechos lingüísticos.
Esta obra valiente y sincera cuenta cómo el sentimiento de ineptitud social, junto a la cronicidad de la medicación parecen el camino marcado para alguien que ha sufrido una crisis mental grave. Es fácil que el diagnóstico se confunda con la esencia de la persona y se reduzca a una receta cómoda para millones de personas. A un diagnóstico.
Con el valor emocional de lo vivido, este libro resulta tan intenso que rehúye la posibilidad misma de redención. Pero de eso se trata. De afrontar la soledad, el desamparo, con ayuda ajena, hablando, compartiendo la angustia. No de describir patologías ni de marcar con dudosos diagnósticos, sino de comprender, si se puede, y de aliviar el sufrimiento. Nada que ver con la autoayuda ni con la negación radical de la medicación, pero tampoco con una biomedicina pautada, inflexible y despersonalizada.
Solo la aceptación de la locura como parte del ser humano nos permitirá una mirada de ternura hacia los considerados locos, pero sobre todo hacia nosotros mismos.
Exiliado en Inglaterra entre 1939 y 1957, año en el que murió, Barea explora en estas páginas las raíces ideológicas del franquismo, lamenta que democracias como la británica dejaran sola a la República española durante la Guerra Civil con la excusa de la «no intervención», defiende la destitución del dictador y explica su visión de lo que debería ser una España democrática.
Dos textos necesarios para entender el posicionamiento intelectual de un autor español que ha marcado nuestra literatura.
Es la historia más vieja del mundo: la de un desastre medioambiental y una tecnología que nos salva. La hemos repetido como un mantra desde el principio de los tiempos porque hasta ahora se ha revelado cierta; somos el animal más peligroso de la sabana, hemos vencido a las bestias, a las tormentas y a la enfermedad. Pero la estrategia evolutiva que nos ha mantenido vivos desde el principio de la misma vida nos empuja ahora al borde de la extinción. Estamos tan atrapados que ya nos parece inevitable.
No es un problema técnico. Hay soluciones a nuestro alcance para frenar el calentamiento global. Pero las grandes tecnologías de nuestro tiempo no pueden ayudarnos a gestionar la crisis climática, porque no están diseñadas para ello, sino para gestionarnos a nosotros durante la crisis climática. Este libro habla de las estrategias de acción ciudadana para hacer frente a la aceleración del feudalismo climático y el capitalismo desastre. Un nuevo relato antiapocalíptico para construir un futuro esperanzador.
La ecoansiedad domina nuestra época. Cada nuevo informe sobre el cambio climático refuerza un terror que nos paraliza, pero este fatalismo apocalíptico no se corresponde con los mejores análisis de nuestra situación. Es también un síntoma de un ecologismo desorientado. Durante el siglo xxi podemos detener el cambio climático, reintegrarnos dentro de los límites de nuestro planeta y asegurar una vida digna para el conjunto de la humanidad. Aún está a nuestro alcance una transición ecológica que sea justa, y que no solo preserve los logros emancipadores de los últimos siglos, sino que los expanda.
Alfonso Berardinelli, agitador cultural e indómito relator de la realidad social de nuestro tiempo, afila su pluma para desvelar el engaño de la política de masas y la degradación de Europa, cuya cultura se desvanece entre el ruido de los rumores y las fake news que mueven el mundo. Italia es el embrión de esta Europa ahogada por un pensamiento único.