En mayo de 1880, Édouard Manet viaja a la clínica Materne, cerca de la costa oeste de Francia, para tratar la enfermedad circulatoria que paralizaba poco a poco sus piernas. Tres años, varios ingresos, una gangrena y una amputación más tarde, el pintor, figura clave en los inicios del impresionismo, fallecía en su casa de París. Pero hasta entonces siguió capturando incansablemente su mundo en bocetos, en pinturas al óleo y al pastel… y en un diario personal. Este diario. En El cuaderno perdido de Édouard Manet, la novelista Maureen Gibbon, una de las mayores conocedoras de la vida y obra del artista, imagina un diario privado escrito entre abril de 1880 y marzo de 1883. Un diario en el que Manet confiesa ―primero con timidez y orgullo herido, con frustración y pena conforme se le agotan las páginas y los días― sus miedos y sus anhelos como artista incomprendido, como amante pasional y también, muy a su pesar, como enfermo que se aproxima a la muerte. El diario es, por encima de todo, un testimonio de una manera de ver el mundo única: delicada, fantástica e increíblemente sensorial; impresionista por naturaleza. Una historia sobre la vida, la muerte y el arte como único refugio posible frente a ellas.
En el punto álgido de la Segunda Guerra Mundial, cuatro mujeres comenzaron sus estudios en la universidad de Oxford: una católica conversa extremadamente brillante; una chica de buena familia que anhelaba escapar del asfixiante ambiente en el que había sido criada; una ferviente comunista aspirante a novelista con una lista de pretendientes más larga que su brazo, y la cuarta: una tranquila y desordenada amante de tritones y ratones que se convertiría en una gran intelectual pública de su tiempo. Se hicieron amigas de por vida. En ese momento, solo un puñado de mujeres había hecho de la filosofía su modo de vida. Pero cuando la mayoría de los hombres de Oxford fueron reclutados en la guerra, todo cambió.
Mientras Elizabeth Anscombe, Philippa Foot, Mary Midgley e Iris Murdoch trabajaban para hacerse un lugar en un mundo dominado por hombres, mientras construían sus amistades y familias, mientras se acercaban y se alejaban entre ellas, siempre defendieron que algunas maneras de vivir son mejores que otras. Las diferencias en el ámbito de la filosofía moral que marcaron sus aportaciones provocó el cambio más importante en la disciplina durante más de un siglo, reemplazando la árida escolástica por una vuelta a las discusiones sobre la bondad, la virtud y el carácter.
Incluso el más ordinario de los objetos puede contar una historia espectacular.
Un cuchillo adornado con una esvástica y la cabeza de un águila. Cuando era niño, Joseph Pearson estaba aterrorizado por el arma que colgaba de un gancho en el sótano de su abuelo, un trofeo arrebatado al enemigo en la batalla.
Cuando más tarde heredó el cuchillo, descubrió una historia mucho más inquietante de lo que jamás podría haber imaginado. Para entonces Joseph Pearson –que vivía en Berlín, convertido en escritor e historiador cultural- se sintió atraído por otros objetos de la era nazi: un diario de bolsillo, un libro de recetas, un instrumento de cuerda y una bolsita de algodón. Cada uno perteneció a un veinteañero durante la segunda guerra mundial –un chico del campo, un joven melancólico, una cocinera, un músico herido en el frente y un superviviente– y se embarcó en un viaje para iluminar sus historias antes de que desaparecieran de la memoria viva.
Una historia de detectives y un relato apasionante de la búsqueda de respuestas de un historiador, El cuchillo de mi abuelo es a la vez una conmovedora meditación sobre la memoria y una aportación única a nuestra comprensión de la Alemania nazi. A través de una investigación rigurosa y una hermosa prosa, Joseph Pearson ilumina la historia a menudo oscura del siglo XX al dar vida a lo que esconden objetos cotidianos en manos de gente común.
El género criminal vive todavía una paradójica dualidad en la que experimenta un gran éxito de público y recibe más atención por parte de la academia, a la vez que perduran las voces autorizadas que insisten en categorizarlo como un género inferior. Ante las visiones sesgadas que pretenden minusvalorar este tipo de obras, se hace imprescindible contar con acercamientos rigurosos que puedan evaluarlas y reivindicar aquellos aspectos artísticos que caracterizan un género multidisciplinar. Ese es el propósito de este libro, que pretende contribuir al estudio y mejor conocimiento del género criminal. Este volumen nace del compromiso de la Cátedra Cultural Antonio Lozano de Género Criminal de la Universidad de La Laguna para investigar y difundir estas obras narrativas. Por ello, se presentan trece trabajos que tratan de analizar la complejidad del género criminal a través de distintas disciplinas y su representación en la literatura, el teatro, el cine y las series de televisión.
Durante la Antigüedad tardía, el culto a los santos y a sus reliquias se convirtió en un elemento clave de la identidad occidental, pero también en una ventana desde la que asomarse a la sociedad, la cultura y las creencias dominantes.
En este libro el lector es invitado a percibir los anhelos, las certezas y la gran valoración de los santos, invisibles compañeros cuya presencia sentían vívidamente los cristianos en general. A los santos se encomiendan sin excepción amos y siervos, devotos y laxos, ricos y pobres, en busca de la salud perdida, la justicia mancillada, la belleza ideal y la esperanza que se prolonga más allá de la muerte.
La lectura de estas páginas cuestiona en su raíz el «modelo de los dos niveles», según el cual las prácticas religiosas de las élites cultivadas poco tenían que ver con las «supersticiones» de las masas populares. Por el contrario, el culto a los santos afectó por igual a todas las clases; más aún, fue el motor que favoreció el desarrollo de la fe y que configuró una sociedad nueva, inicio de la Edad Media.
Esta obra, convertida en un clásico de los estudios históricos, ha sido enriquecida con un nuevo prefacio donde el autor responde a las críticas y matiza las conclusiones de su reconocida investigación.
Aunque no figura en una clasificación de los denonninados delitos de prensa, el delito de opinión pública es una realidad del mundo jurídico, así como de la vida política y social.
Surgió por primera vez en la República Dominicana durante la ocupación militar de los Estados Unidos de 1916-1924, cuando mediante orden ejecutiva se estableció la prohibición de publicar informaciones que hicieran alguna referencia a la Revolución bolchevique. Con esa decisión se dio origen a un tipo de delito de prensa fundamentado en el factor ideológico, hecho sin precedentes hasta entonces en el mundo moderno, pero que se vería repetido en la legislación de diversos países de Europa y América Latina durante el siglo xx. En los Estados Unidos, la ley de Registro de Extranjeros o ley Smith, de 1940, brindó el fundamento legal para llevar a cabo -durante la Guerra Fría y, más específicamente, durante el macarthismo- persecuciones políticas e ideológicas contra personas consideradas como peligrosas para el orden establecido.
Además de realizar una interpretación jurídica del delito de opinión pública como delito de naturaleza ideológica, en este texto se lleva a cabo un análisis sociológico e histórico del papel de los medios de comunicación en las sociedades modernas.
Lo que resulta de la exposición es la relación que siempre ha existido entre la libertad de expresión y la difusión de las ideas y la necesidad de garantizar el mantenimiento del orden público y la cohesión del orden social.
El demonio de la depresión, que aparece ahora en una versión aumentada y revisada, es una obra fundamental que obtuvo el National Book Award y fue finalista del Premio Pulitzer. Solomon explora el fenómeno de la depresión a partir de su propia lucha contra la enfermedad y de entrevistas con otros enfermos, médicos y científicos, responsables políticos, investigadores farmacológicos y filósofos; así revela la sutil complejidad y la intensa agonía que la definen.
Este libro asume el reto de explicar la depresión y describe el amplio abanico de medicamentos disponibles, la eficacia de las terapias alternativas, y el impacto que la enfermedad tiene en distintos grupos sociales en todo el mundo y a lo largo de la historia. Solomon demuestra una sinceridad, una inteligencia y una erudición extraordinarias a lo largo de este viaje al más oscuro de los secretos familiares. Su contribución a nuestra comprensión de la enfermedad mental y también de la condición humana es asombrosa.
En nuestros días, lo urbano ha crecido hasta desbordar nuestra capacidad para la reflexión, la acción y hasta la imaginación. Sentido y fin de la industrialización, la sociedad urbana se ha ido conformando en su propia búsqueda de sentido y, en el camino, se ha topado con la filosofía, el arte y la ciencia, que no han podido evitar enfrentarse a este nuevo objeto y transformarse a sí mismas en el encuentro. Comprender lo urbano hoy implica trazar una estrategia de conocimiento inseparable de la estrategia política. Lefebvre invita a hacerlo sobre el eje de la puesta en práctica de un derecho: el derecho a la ciudad, a la vida urbana, condición para una democracia y un humanismo renovados.