Considerado por muchos el profeta de la modernidad, la actitud de Baudelaire hacia el dogma del progreso, simbolizado por la prensa, la fotografía, la gran ciudad y tantos otros fenómenos sociales y culturales, fue ambigua. Las manifestaciones de lo novísimo repelieron y cautivaron al poeta a partes iguales. Renegó de las creaciones y las dinámicas de la modernidad por sus consecuencias sociales, psicológicas, morales, artísticas e incluso metafísicas, pero volvió a ellas sin cesar; los periódicos de gran tirada le repugnaban, pero asedió a los «canallas» de los directores para que lo publicasen; arremetió contra la fotografía, y sin embargo es el protagonista de algunos de lo mejores retratos de escritor que conocemos. Esta eterna ambivalencia constituye el telón de fondo de El esplín de París, suma de las contradicciones del último Baudelaire, auténtico objetor de conciencia moderno, tan insospechado como irreductible, que Compagnon, con su característica perspicacia y finura, nos invita a descubrir.
«Nueva York es una ciudad de cosas que se pasan por alto», escribió hace sesenta años un joven reportero llamado Gay Talese, que pasaría el resto de su carrera desafiando su propia afirmación al prestar atención a aquellos detalles que los demás escogían ignorar y convirtiéndose así en uno de los padres del Nuevo Periodismo. Ahora, a sus más de noventa años e inspirado en el memorable personaje de Melville, Talese echa la vista atrás pararecordar a todas esas personas anónimas que definen una ciudad como Nueva York, desde el escritor de obituarios del New York Times hasta el entorno de Frank Sinatra, o el doctor Nicholas Bartha, un moderno Bartleby que prefirió volar por los aires su edificio en el Upper East Side, muriendo y matando en el acto, antes que renunciar al sueño americano. Retratos agudos de aspirantes a ricos, inmigrantes en apuros, magnates rusos e incluso un traidor durante la Guerra de la Independencia que configuran una ciudad caleidoscópica y suponen una última mirada atrás en esta obra de despedida del gran maestro en el arte de contar historias.
Francisco Fuster aborda en este ensayo el proceso de creación, el contexto de recepción y de difusión de El árbol de la ciencia. En cierto sentido, esta novela de Pío Baroja es un episodio nacional: las vicisitudes de un individuo concreto, Andrés Hurtado, los ataques que sufre, los desencantos que padece, ejemplifican y compendian los que sus compatriotas sufren y provocan con su acción o su inacción. El narrador deplora las anomalías clásicas de España, los desajustes que va a ir diagnosticando: la desidia, el abandono, la fuerza bruta, el cinismo. Y lo hace parafraseando a Hurtado, reproduciendo sus sentimientos y sus pensamientos.